viernes, 29 de junio de 2012

INVENTARIO - Canciones del exilio.

INVENTARIO (1978)
Inventario (Sabina) 5:15 – Tratado de impaciencia número 10 (Sabina) 2:25 – Tango del quinielista (Sabina/Garrido) 3:33 – 1968 (Sabina) 4:25 – 40 Orsett Terrace (Sabina) - Romance de la gentil dama y el rústico pastor (Anónimo/Sabina) 3:28 – Donde dijeron digo decid Diego (Sabina) 3:45 – Canción para las manos de un soldado (Sabina) 2:58 – Palabras como cuerpos (Sabina) 2:51 – Mi vecino de arriba (Sabina) 3:49.
Arreglos orquestales de Agustín Serrano y producción de Gustavo Ramundo.

La tapa es significativa: Sabina aparece rodeado de todos los elementos que posteriormente lo definirán: mujer desnuda en cama, alcohol, cigarro y guitarra. Lo único que no encaja es su propia imagen: seria, barbada, heredera de la revolución cubana. La tensión entre el mandato colectivo de las antiguas generaciones de campesinos oprimidos y el deseo individual de “vivir al tope hasta morir”. La guerra se había perdido tiempo atrás pero Franco acaba de morir y otra revolución es posible.
En 1976 Sabina publica en Londres “Memorias del exilio”, un libro de poemas que será la base de Inventario. Había recalado allí seis años antes, huyendo de la mili y del Proceso de Burgos. Luego de un tiempo en Edimburgo con su novia escocesa y ya vencido su permiso de residencia, pasó a Londres a vivir de okupa , a trabajar de cualquier cosa (también como cantante) y a participar de actividades políticas con sus compatriotas de izquierda mientras la policía británica recibía su legajo desde España. En ese marco romántico, casi sin querer, empezó a ser cantautor. Así, en agosto de 1975 se paraba en un escenario frente a 2000 españoles exiliados.
El siguiente fue el año de su blanqueo civil definitivo: además de la publicación del libro mencionado, la BBC le encargó la banda de sonido de una producción sobre la Guerra Civil Española y obtuvo el primer pasaporte legal. Ya era una persona “respetable”.
Tal vez fue por eso, o por la oportuna muerte de Franco, o porque no podía haber sido de otra manera, que Sabina decidió volver a España, a casarse con la argentina Inés Correa Martínez, a pagar su deuda con el servicio militar y a trabajar de redactor en un periódico; pero también a firmar contrato con Movie Play y a mudarse a Madrid, (porque nada hubiera sido lo mismo sin el efecto catalizador de Madrid.)
Es en ese contexto harto conyuntural que graba Inventario.
Disco “prehistórico” para el gran público de Sabina, acostumbrado a los grandes “hits” desde Una de romanos hasta Y nos dieron las diez, genera una recepción lógicamente arqueológica cuyo resultado puede arrojar dos visiones sucesivas: la primera más chocante y desconcertante en la cual el Sabina conocido no está por ningún lado y la segunda, más distante y retrospectiva en la cual muchas de las contradicciones aparentes se resuelven.

Visión 1. La negación.
Inventario no posee un miserable solo de guitarra, los temas tienen un único motivo melódico (salvo dos que cuentan con estribillo) y prácticamente nulas armonías vocales.
Hay un “nosotros” militante, inclusivo del escucha, que mutará en el futuro en algo excluyente, relativo al cantante y la pareja. El “sudor” no es aún el del sexo sino el del trabajo. Aparecen reiteradas menciones al silencio (el mal silencio impuesto desde arriba), a la muerte y la cárcel. La Historia aparece signada por una mirada trágica: es ausencia, burla, fracaso, pérdida. Incluso en los casos puntuales, la del quinielista, la historia termina mal. Basta comparar este contexto con aquel en que el futuro personaje-Sabina-arquetípico se moverá, viviendo el presente y burlándose del pasado (“me duermo en los entierros de mi generación”). La raíz de este Sabina, tal vez más liviano, menos comprometido, pero de cara al futuro se insinúa en tres temas que harían ruborizar al viejo militante: Orsset Terrace, Mi vecino de arriba y Tratado de impaciencia Nº 10 (el único posteriormente rescatado de todo el disco y grabado en vivo para Sabina y Viceversa). En realidad el primero en renegar de Inventario fue el propio Sabina (se cuenta que, ya consagrado, recorría las casas de discos comprando todos los ejemplares para sacarlo del mercado). Dos motivos se insinúan como causales:
1) los pésimos arreglos que recurren a una fórmula bastante estandarizada de comienzos de los setenta (el poeta Sabina pagó su derecho de piso en los estudios de grabación y del algún modo aceptó no interferir).
2) la nostalgia. Es un disco demasiado anclado en cosas pasadas. Hay una zona predominante marcada por la denuncia política y el tono sombrío (herencia directa de la canción de protesta izquierdista).

Visión 2. La comprensión.
Mientras que el rock relega el texto a segundo plano a favor de cierto tipo de actitud musical vital, la canción –e Inventario es un disco de canciones- obliga a un esfuerzo lírico destacable, y si se es heredero de la poesía española, más aún.
Sabina afronta bien este desafío a punto tal de que aquí hay un valor sustancial por tema que recién se recuperará en la época de Juez y Parte. Paralelamente la variedad sonora y rítmica (valses, tangos, aires españoles clásicos, etc.) anticipa una estética que -si bien se verá interrumpida en lo inmediato con la entrada en el rock acústico- será profundizada a partir de la asociación con Pancho Varona y Antonio García De Diego.

La aparente contradicción entre el sujeto que desea hacer y el otro atado al deber-ser de la causa del combatiente y el exiliado, encuentra formas de solución justamente en esos temas más frívolos: el hacer, movido por el deseo como una forma de revolución interior, como forma de transgredir el orden represor que ha ganado (ellos). En este contexto el acto de cogerse a la hija del modelo arquetípico franco-represor representado por “el vecino de arriba” es tan significativo como simbólico.

Desde esta lógica la profesión de fe (o más bien de vida) enunciada en 40 Orssett Terrace no es otra cosa que la concreción de las promesas autoimpuestas en los temas de trinchera. Sabina, al menos individualmente, ha hecho su revolución, ha cumplido en parte el mandato del espíritu del mayo francés: “Jean Paul Sartre y Dylan cantaban a dúo / Jugaban al corro Lenin y Rimbaud / Los relojes marcaba 40 de fiebre / Se hablaba de sexo en la empresa Renault”.

La primera canción que aparece en el primer disco de Sabina – Inventario- indica que a nivel lírico se anotaba –con mayor o menor maestría- en la categoría de los “peso pesado”. El inventario es de las cenizas que dejó el amor perdido (“La ceniza que queda, los depojos”). La retahíla de elementos reconstruye esa relación pasada; se habla desde el recuerdo, seriamente, de la rutina cotidiana y su contexto exterior amenazante. La alternancia de presente y pasado remarca la persistencia de la experiencia vivida. La mujer que se evoca –militante, luchadora social- no volverá a aparecer en el futuro. “La celda que ocupaste en una cárcel” es un verso exclusivo de éste disco y de ningún otro. El exilio no volverá a ser nombrado por Sabina salvo en la mediocre Mi amigo Satán, pero ya sin coordenadas históricas definidas, con lo cual pierde volumen de denuncia. Musicalmente tiene interesantes variantes melódicas y ralentaciones de tiempo que subrayan el tono emotivo. El clima varía mediante la aparición y desaparición de instrumentos, como el piano introductorio.

Tratado de impaciencia Nº 10 es, como se dijo, el único tema que Sabina rescataría en el futuro, pese a no ser el mejor. Ocurre que el tratamiento se aleja de la expresividad dramática que define la obra para narrar cínicamente la historia de un desencuentro mutuo: “Así que no andes lamentando”- acaba diciendo- “lo que pudo pasar y no pasó. Aquella noche en que fallaste tampoco fui a la cita yo”. Una broma inteligente. Podría verse como un planteo extremo de esa actitud despreocupada ante el rechazo, como decir “me hice tan poco problema que ni fui”. Una bajo en dos notas, un pianito que marca tímido rock and roll, coros de chicas y arreglos de bronce con el saxo llenando el solo lo reflejan de pie a cabeza. Musical y temáticamente podría ser un tema del primer disco de Pedro y Pablo.

A continuación viene uno de las apuestas más arriesgadas: Tango del quinielista. Un motivo melódico complejo y una letra virtuosa en su relato del azaroso destino: “Como es posible que un penalti deshaga tantos sueños”. Piano, cello y sintetizadores consiguen engañar lo suficiente para que suene a aire de tango, al menos. La letra por momentos sintoniza (“Desengaños/Que asaltan las murallas del invierno/Cuando se va la tarde del domingo/Y no le queda al hombre más consuelo/Que esperar el vaivén de la fortuna/Rescatar del baúl el traje nuevo”); por otros el discurso autoral avanza sobre el del género (“Ir con la novia al cine donde explora/Con inútil pasión sus blandos senos”). Funciona como tematización, reunión condensada en una historia concreta, de los sentimientos de nostalgia y derrota que pululan en el disco.

El romance, que enfila inevitablemente hacia el matrimonio, ya tiene, por ese mismo motivo, connotaciones negativas: “Ir con la novia al cine donde explora/Con inútil pasión sus blandos senos”. La situación planteada preanuncia de manera contrastante el siguiente tema, con su alusión a Sartre y el existencialismo: “(...) renunciando de momento/A la entrada del piso y a la boda/Por culpa de un balón y de un portero/Un penalti cabrón y un defensa/Por culpa de un maldito delantero”. Los otros no solo nos deparan sus miradas escrutadoras, tienen además nuestro destino en sus manos.

Sigue 1968. Un retrato de una época (“Mascaba la muerte chicle en Viet-Nam”) donde, a diferencia de los temas de Mentiras Piadosas, que anclan en su contexto de enunciación para convertirse en collages efímeros, la distancia estética provocada por el cambio de década da como resultado una pintura persistente. Parte del secreto reside en su fuerza icónica, la mención del Che, Dylan, Lenin, Rimbaud y otros elementos que marcaron a fuego esos tiempos en los cuales la posibilidad de generar un cambio estuvo más cerca que nunca de pasar de utopía a realidad. Son algo bien distinto a Cristina Onassis, el Dioni o Rambo (por hacer una selección maliciosa) y muchos volverán a ser mencionados por Sabina en distintos momentos de su obra. Tan solo Con la frente marchita –también signada por la distancia- puede hacer frente al célebre bestiario desplegado por Sabina en este tema. Heredera de la canción francesa e italiana (que también marcaría a Serrat y toda la década anterior) presenta una estructura de estrofa/ estribillo que es un derroche para el álbum. Para ser coherente con el contenido no hay rigidez métrica, en las estrofas el metro oscila entre once y doce sílabas y en el estribillo es triunfalmente libre. Los arreglos, con su fina percusión de redoblante y platillo en tiempo de vals subrayan el componente nostálgico y le ponen un límite a su proyección futura a manos de un Sabina que desterrará la melancolía de su agenda. Es un clásico aunque bastardo. Su destierro del repertorio posterior se debe –seguramente- a un ajuste más estético que ideológico.

Con inusuales 1:33 de duración pasa 40 Orsett Terrace, un twist a todo teclado y vientos. Nuevamente la enumeración, en este caso de acciones, va tejiendo la trama de una cotidianeidad coyuntural que deviene a la distancia en instantánea de una época feliz, intensa y fugaz. Aquí se instala el presente, la búsqueda y el deseo.

Si la vida es representada de manera gris y angustiante en Tango del quinielista y cuadriculada y formal en Mi vecino de arriba. Ambos ejemplos pertenecientes al mundo adulto contrastan con la plenitud y vitalidad desplegada en Orsett. Un nuevo alejamiento del pasado nostálgico básico.

Sabina ajusta el rimómetro de asonante a consonante en este tema. Aunque esta obra es bastante variada y no está atada a ningún estilo particular, la presencia del Romance de la gentil dama y el rústico pastor genera un leve desconcierto en la primera audición (y en las subsiguientes también). Para empezar al musicalizar un romance tradicional, Sabina cede la autoría del texto. Por otra parte, presenta un héroe que rechaza los favores de una chica (¿?). Imposible encontrar en toda su discografía un tema más alejado del Sabina conocido. Pero claro, los vaivenes de Inventario lo convirtieron en un disco “a redescubrir” mucho tiempo después de la época de su lanzamiento, y uno ingresa a él desde el conocimiento del Sabina maduro, con lo cual las sorpresas son entendibles. Si nos situamos en el momento de edición (1978) y pensamos en el estudiante universitario que había sido apenas unos años atrás Sabina, su presencia cobra algún sentido. Desde el punto de vista artístico también es posible que estuviera buscando un estilo (después de todo, Dylan fue un ídolo “folk” por necesidad). En lo musical, el tema presenta modulaciones tonales, un buen trabajo vocal (primera voz en doble registro) e interesantes arreglos de flauta en las últimas estrofas. Abre un momento acústico, pastoril y bucólico que preanuncia el continuum de tres temas que domina la segunda mitad del álbum.
En efecto: a esta altura, el disco ha ido abriendo varios caminos diferentes; a partir de aquí encauzará en la canción política con un par de rasgos interesantes: a) La representación de un espacio rural –en parte estilización, en parte símbolo del estancamiento producto del régimen dictatorial-. Espacio a ser abandonado en aras de la ciudad, escenario del cumplimiento del auto-mandato vital.
b) La utilización excepcional de un léxico que responde a la representación de determinado tipo de canción política que debe mucho al imaginario de la Guerra Civil Española.

Donde dijeron Digo decid Diego es un tema de protesta en 2/4 y una de las mejores letras. De la represión del abatimiento estructural de la España franquista surge, como fuerte actitud de resistencia, el sujeto Sabina, dispuesto a vivir en una existencia los deseos de varias generaciones. (40 Orsett Terrace es la continuación natural, -observar el final de ambas: “De deseo/Te deseo”- que muestra al sujeto cumpliendo la promesa de su destino). Del “nos enseñaron a temer la noche” Sabina pasará a vivir de noche y borrar el verbo “temer” de su diccionario. La imagen poética brota al tiempo que brota la esperanza, la determinación de libertad. Musicalmente hay buenos arreglos de sintetizador aunque la melodía parece un poco errática. El espacio rural y el léxico empleado (“con las mozas en la alberja”) forman una zaga con el tema anterior. Cicatriz inevitable de la operación simbólica.

Canción para las manos de un soldado es otro tema de denuncia. Podría haber sido grabado por Violeta Parra. El mismo planteo (mas o menos) que Niño Yuntero, del disco de Serrat en homenaje a Miguel Hernández: una apelación desesperada al obrero a liberarse de sus cadenas. Lo anacrónico no quita lo justo (o al revés, como prefieran).

El arreglo bucólico habla de una España aún medieval siglos después de los rústicos pastores y las gentiles damas, tema con el cual forma un pareado en el aspecto musical y poético (aunque no en lo temático). Para seguir marcando distancias: el labrador es un personaje que no volverá a aparecer y la siguiente vez que Sabina vuelva a ambientar un texto en un pueblo será de modo bien distinto en Y nos dieron las diez, ¡catorce años después!.La figura del obrero reaparecerá bajo otros significantes. Se convertirá –mediando una mirada más cínica y desapasionada- en el “hombre del traje gris”, destino del hombre medio del cual Sabina huye como Drácula del ajo.

Palabras como cuerpos (el título le debe bastante a “Espadas como labios” de Vicente Aleixandre) es la continuación de “Donde dijeron digo decid…”. El matiz de la voz, el arrobamiento del piano y un tono de autoconmiseración genracional hacen que resulte difícil reconocer al Sabina actual. El texto tiene reminiscencias de Miguel Hernández. La marca universal de la dictadura abre como resistencia simbólica el espacio-trinchera del “nosotros” en contraposición al “ellos”. Pero es un “nosotros” personal, alejado del estereotipo discursivo de la resistencia rígida, austera y abstemia, un “nosotros” colonizado por el gérmen del futuro sujeto-Sabina.

“Nos vimos arrojados a este combate oscuro /Sin armas que oponer al acoso enemigo/Más que el dulce lenguaje de los cuerpos desnudos”.

El cuerpo para el amor o para la muerte. A igual que las palabras, los cuerpos son armas, medios que se pueden utilizar de muchas maneras. Están sujetos a reglamentaciones (cuerpo-objeto de las instituciones) y generan su ruptura, su liberación a partir del uso (cuerpo-sujeto del sentido). La forma en que son utilizados define la lógica de los espacios enfrentados del “ellos” y el “nosotros”.

El Sabina posterior reducirá el tema del cuerpo al de objeto de deseo. Como anticlímax llega Mi vecino de arriba, tema de cierre. Seguramente habrá generado la vergüenza ajena del escucha militante, sin embargo, guste o no, ahí asoma el jopo del futuro Sabina, sexófilo, rebelde y desprejuiciado oponiéndose al modelo “franco-represor” de los mayores encarnado en el maniqueo “vecino de arriba” (“un señor muy serio”, como el que muere en 1968), al cual derrota simbólicamente haciéndole el amor a su hija (usufructuando su “propiedad”). “Como hay niños delante no les puedo contar/Lo que con un cuchillo me quería cortar” dice sobre el final parodiando a las reglas de decoro del discurso dictatorial, del cual el irascible vecino es sinécqdoque, como lo comfirma el siguiente verso autobiográfico “Me he cambiado de casa, de nacionalidad/Pero a pesar de todo, todo ha seguido igual”. Tal vez no sea casual que la discográfica, siempre con un ojo puesto en lo que vendrá, lo haya elegido como simple (con Inventario como lado B, por las dudas), lo cual habla de una buena elección de parte de Joaquín el apartarse de una estética segura pero vieja.
Después de todo, cómo se señaló oportunamente, ¿valía la pena tanta denuncia una vez terminada la dictadura?

MALAS COMPAÑÍAS - La reinvención artística.

 MALAS COMPAÑIAS (1982)
Calle Melancolía (Sabina) 4:26 – Que demasiao! (Sabina/Ripoll) 3:30 – Carguen, apunten, fuego (Sabina/Ramos) 3:42 – Gulliver (Sabina) 3:48 – Círculos viciosos (Sánchez Ferlosio) 4:02 – Pongamos que hablo de Madrid (Sabina/Sánchez) 4:05 – Manual para héroes o canallas (Sabina/Camacho/Romero) 3:11 – Bruja (Sabina) 4:27 – Mi amigo Satán (Sabina)4:17 – Pasándolo bien (Sabina) 2:41.

Luego de la aceptación relativa de Inventario, Sabina dejó su carrera de periodista en 1979 y asumió oficialmente la de músico ¿podríamos decir “underground”? El hito más importante fue la sociedad con Javier Pérez y Javier Krahe para actuar en el (ahora mítico) bar “La Mandrágora” y llenarlo cada noche en base a humor, crítica social y desfachatez. En ese contexto nacen los temas de Malas Compañías, disco que marca un nuevo comienzo luego del negado –y ya lejano- Inventario. Obviamente hay un corte abrupto en lo temático: el abandono del motivo político (en el sentido más restringido del término; en términos generales toda la poesía de Sabina es política). Ese vacío es llenado por una diversificación que encuentra los mayores logros en el impresionismo urbano (Pongamos que hablo de Madrid, Calle Melancolía, Que demasiao!); mientras que el anterior posicionamiento colectivo desde la izquierda, que establecía la oposición nosotros-ellos se resuelve en un yo individualista, provocador en lo social pero bastante inofensivo (Mi amigo Satán, Manual para héroes o canallas).

A diferencia de Inventario, Sabina contó en esta colección con una banda estable que le permitió tomar más decisiones en lo musical: Hilario Camacho, J.A. Romero, J. Torres, D. Thomas, P. García Martínez, J.A. Galicia, P. Ojesto, E. Martínez y J. V. Aguirre. La producción corrió a cargo de José Luis de Carlos y los arreglos son de Hilario Camacho y José María Ripoll. Por supuesto, lo musical ocupa un lugar subalterno en relación con letrístico pero es irreprochable en tanto creación y alteración de climas que agregan su propia información a las historias que se cuentan. Por ejemplo en lo vocal hay mayor trabajo armónico con segundas voces que realzan los temas en los momentos justos. Melódicamente prima la mesura, con temas cuyos puentes nunca pegan el salto o estribillos tomados del tema principal. Hay un predominio de lo acústico y algún toque muy moderado de sintetizador.

Como para resaltar más el hiato que condena Inventario a la categoría de obra prehistórica, Ruleta Rusa arranca con un clásico: Calle Melancolía. El sujeto finalmente ha cumplido la promesa vital formulada en el disco anterior y se ha desplazado a la ciudad, lugar de reunión de todo lo bueno y lo malo. La novela de aprendizaje ha comenzado y el sujeto sufre los reveses de la vida. Entonces paradójica o lógicamente descubre que añora el campo. Los primeros dos versos resumen todo el planteo: “Como quien viaja a lomos de una yegua sombría/Por la ciudad camino, no pregunteis a dónde”. A lo largo del texto la desorientación provocada por el nuevo espacio buscará su explicación a través de comparaciones que remiten al lugar anterior, lugar del conocimiento previo: “Trepo por tu recuerdo como una enredadera que no encuentra ventana donde agarrarse”. Es una canción de amor, (de amor y de pérdida) y el espacio-prisión de la rutina cotidiana habilita la evocación del sitio añorado (acaso el lugar idílico de la infancia) y las comparaciones en detrimento del nuevo: “Ya el campo estará verde/Debe ser primavera/Cruza por mi mirada un tren interminable/El barrio donde habito no es ninguna pradera/Desolado paisaje de antenas y de cables”. Si se compara esta situación rutinaria con la planteada 40 Orssett Terrace el contrasentido es fuerte. Esta retracción y este aislamiento serán pasajeros en la poética sabiniana. En lo sucesivo no habría demasiados estados similares para situaciones semejantes.
Sabina, poeta básicamente referencial y comprensible, redobla el nivel metafórico para representar la interioridad depresiva del sujeto y su evaluación de la ciudad: “Por las paredes ocres se desparrama el zumo/De una fruta de sangre crecida en el asfalto”.

Coherentemente, presenta una instrumentación apacible, con arpegios que acarician y refuerzan el clima de leve nostalgia campesina. El contrabajo marca el ritmo junto a una percusión suave y sinuosa, como a lomo de mula. Hay un buen solo de acústica. El estribillo debe más a la presencia de coros y a su reiteración que a una clara distinción melódica.

El clima acústico continúa en Que demasiao! Hay un contrabajo enorme, una batería a base de charleston, armónica y dos guitarras que compiten en buen gusto (incluído el solo slide) en este “blues de cuatro tiempos”. Suena a garage, a primera toma. Excelente. Otro clásico para una magnífica celebración del marginado: “Hijo de la derrota y el alcohol /Sobrino del dolor/Primo hermano de la necesidad”. Si las nuevas generaciones ya no tienen la lucidez o la conciencia política para resistir colectivamente y optan por salidas desesperadas, no por eso se pierde de vista lo verdaderamente censurable, la perversidad del sistema capitalista: “Chorizo y delincuente habitual/Contra la propiedad/De los que no te dejan elegir”. Consecuentemente la muerte vuelve. Ya no posee el signo político de Inventario, es un mero suceso individual, pero no por eso menos heroico. Porque dentro del propio mundo de la marginación, esos actos aparentemente nihilistas recuperan todo su sentido reivindicatorio, de resistencia. Por eso mismo “Las chavalas del barrio sueñan con/Robarte el corazón /Si el sábado la llevas a bailar”. La propia genealogía del personaje lo inscribe en una tradición que configura sus actos como naturales y justificables: “Tu madre apura el vino que has mercao/Y nunca ha preguntao ‘De donde sale todo este parné?’”.

Con una textura parecida a la de Calle Melancolía pero en un molde más rock llega Carguen, apunten, fuego y la rutina del soldado recluta. Algunos datos referenciales y ciertos comentarios sugieren un origen autobiográfico: “Las siete de la tarde, quisiera estar borracho/Hace ya dos semanas que Lucía no me escribe”. Si bien en su vida real regresó voluntariamente a España -luego de la muerte de Franco, claro- para cumplir con el Servicio militar, el soldado que construye Sabina delata una España donde la tiranía ha dejado sus huellas y sus instituciones para rato. Así, la representación desciende del soldado miliciano y libertario de Inventario a una más trivial y realista del soldado recluta con un discurso cercano al diario personal, más hastiado que patriótico: “El capitán nos habla del amor a la patria/El sargento del orden y de la disciplina/Los soldados dormitan cuentan los días que faltan/O se llenan la panza de vino en la cantina”. Sabina ubica estratégicamente al sujeto en el día de licencia como para contrastar esa rutina con el mundo anhelado del exceso y el disfrute : “No para de llover ‘camarero, otra copa’/Con alcohol se hace menos monótona la mili”. (Compárese este modelo de soldado con el que construye Silvio Rodríguez en La guitarra del joven soldado y otros temas, fruto de la revolución).
Un riff de acústica sostiene al tema sobre un trabajo muy marcado de la batería. Consigue un ritmo lo suficientemente contagioso para sobrellevar bien lo uniforme de la instrumentación y la semi-monotonía melódica a tono con la vida del cuartel.

Arpegios mansos enmarcan la entrada de Gulliver. Si quedaba alguna duda respecto del giro ideológico que ha tomado Sabina luego de Inventario, este tema deja las cosas harto claras. Con el antecedente del disco anterior, uno imagina a priori –desde el título mismo- una historia de débiles reunidos para derrotar al poderoso, una historia socialista. La primera estrofa parece confirmarlo: “Un día los enanos se rebelarán contra Gulliver/Todos los hombres de corazón diminuto/Armados con palos y con hoces/Asaltarán al único gigante”. El rencor (de clase) más la hoz parece no dejar dudas al respecto. Pero a partir del verso siguiente el signo empieza a invertirse y descubrimos que el sujeto poético toma partido por el gigante y que no se habla de rebelión contra el poder sino de envidia ante la grandeza. Sabina está adelantando una oposición que terminará de desarrollar plenamente en El Hombre Del Traje Gris: la individualidad del artista en oposición a la masa de hombres comunes. La caracterización final del “gigante” parece estar respondiendo, prospectivamente- a Palabras como cuerpos, del disco anterior. Gulliver-Sabina cumplirá ese destino prohibido despertando la ira de “ellos” (los enanos). Será el loco en el país de los cuerdos, se divertirá en el país de los serios, etc. Pero al mismo tiempo hay innegablemente hay una mirada romántica del artista como genio superior (“el sabio en el país de los necios, la voz que clama en el desierto, etc”) y es allí donde el discurso social(ista) hace agua.

Tiene un tratamiento musical “de acumulación”. Arranca con voz y acústica, a poco se agrega el contrabajo; luego, unos cortes anuncian la subida de tensión y termina en plan pop, con la guitarra y las voces largadas a improvisar. El tema entra en metro en la última parte, cuando se define melódicamente. Antes parece dominado por lo emocional. Dos notas llevan el ritmo uniforme de salsa de Círculos viciosos generando un bache en la continuidad de rock acústico del disco. Un divertimiento donde la atención es acaparada por el texto (de Sánchez Ferlosio) en forma de diálogo que va construyendo historias que encierran (y cierran en) paradojas a partir de las cuales la sabiduría popular ilumina ciertos aspectos de las relaciones de poder y la conducta humana. Sabina comparte el micrófono con una voz que no figura en los créditos.

Pongamos que hablo de Madrid es el primer homenaje formal (el siguiente será Yo me bajo en Atocha) a la ciudad que Sabina adopto como patria. Ciudad compleja y contradictoria como sus heroínas, el Madrid post Franco de los 80, es el escenario propicio para la tragicomedia urbana: “Allá donde se cruzan los caminos/Donde el mar no se puede concebir/Donde regresa siempre el fugitivo/Pongamos que hablo de Madrid”. Un Aleph geográfico que reúne todo lo bueno y lo malo, lugar de la multitud que permite el ocultamiento, el anonimato.Waste Land de la libertad al cual se dirigió Sabina como Lennon a New York, buscando el centro neurálgico de “la movida” post franquista: “Los pájaros visitan al psiquiatra/Las estrellas se olvidan de salir/La muerte pasa en ambulancias blancas/Pongamos que hablo de Madrid”. La ciudad en Sabina es motivo de celebración justamente por su carácter contradictorio. Sobre el final vuelve la añoranza del espacio bucólico: “Cuando la muerte venga a visitarme/Que me lleven al sur donde nací/Aquí no queda sitio para nadie”. La ciudad sigue siendo el mal lugar que es, pero es el destino que se ha escogido y se es fiel a él. (De hecho en una segunda versión Sabina varía el final: “Cuando la muerte venga a visitarme/No me despiertes, déjame dormir/Aquí he vivido, aquí quiero quedarme”). Podría ser una segunda parte de Calle Melancolía, una mirada posterior, más meditada. De hecho es su continuación musical, con su textura tersa de guitarra y bajo intercambiando notas con maestría, sobre ese fondo ingresa la voz cruda y desafiante hasta que el sintetizador anuncia la entrada a full de la banda para un final más uniforme a nivel instrumental. Buena batería. Con un clima sensual y relajado de bossa nova, ideal para abrir un show de Night Club aparece Manual para héroes o canallas (manual de malos consejos, claro), una de las primeras declaraciones de principios mediante las cuales Sabina cimentará la construcción de su colosal personaje marginal. Y hay que decir que por ser la primera es harto inmadura y superficial, apenas un decálogo que se queda en poses inquietantes e inseguras. Por momentos incluso parece recurrir a modelos anacrónicos de los años ´40 (“Preferir (…) el infame pañuelo a la corbata (…) vestir negro luto los domingos”.
Tiene un acoplado trabajo de percusión y toques sutiles de guitarra que prácticamente anulan la necesidad de un solo (recién aparece en la coda, mitad sintetizador, mitad guitarra en medio del tarareo de despedida). Luego de un puente hacia la nada, la canción vuelve a su tema original.

Desafortunadamente, a partir de aquí el álbum entra en una pendiente en la cual encontramos más poses que inspiración. Ni Bruja, ni Mi amigo Satán presentan valores artísticos dignos de destacar. El primero tiene un estribillo algo flojo y es doblemente misógino en su aproximación al personaje femenino. Por un lado la utilización del término “bruja” (que en el futuro reaparecerá pero más en situaciones más cómicas) y por otro, el papel reservado a la mujer en la vida del personaje: “¿Que van a decir todos los que a ti bruja te llaman/ Si saben que lloras, besas, te enamoras y me haces la cama?”. La inversión semántica en el tratamiento del personaje es típica del tratamiento de Sabina del imaginario de cuentos de hadas, y del romanticismo. Lo mejorcito es el solo.
Nota curiosa: Marilyn, la reina y el príncipe azul volverán a aparecer en Ring ring ring, del disco siguiente.

Mi amigo Satán pretende hacer gala de una ideología contracorriente y de alguna manera es una vuelta a Inventario con su relato de derrota y exilio. Como Fausto, el sujeto narrador es visitado por el demonio: “Hace muchos siglos -me dijo- en el cielo /Hubo una sangrienta revolución/ Un grupo de ángeles nos levantamos/Contra el poder absoluto de Dios/Como todo vencido conocí el exilio/La calumnia, el odio y la humillación”. La fortaleza lírica reside en su poder revelador. Hay sin duda una relación entre la idea de Dios y las prácticas absolutistas y es una idea perturbadora, porque si de hecho el poder corrompe ¿por qué alguien “todopoderoso” debería ser un ente positivo? Si embargo la elección del sujeto luego de semejante iluminación es de una gratuidad criminal y de un nihilismo que desorienta y parece abonar fatalmente el terreno discursivo de la derecha represora: “Desde entonces robo, bebo, mato, arrastro/Una miserable vida criminal/Pues sé que a la muerte me estará esperando/En el dulce infierno, mi amigo Satán”. Como en Manual para héroes o canallas, el resultado es un individualismo ideológica y políticamente inofensivo.

Pasándolo bien, el tema de cierre consigue levantar un poco el clima. El texto -auténtica declaración de principios- anticipa el futuro Eh, Sabina, con su figura de rocker irreverente y sus respuestas irónicas a las críticas: “Creen porque la gente no habla ya de mí/Que estoy mas acabado que Antonio Machín/Dense prisa si me quieren enterrar/Pues tengo la costumbre de resucitar”. El predominio del estribillo lo hace un tema fiestero pa’ arriba. Con su simpleza roquera y su toque eléctrico continúa la tradición de preanunciar en el tema de cierre la orientación del siguiente disco.

RULETA RUSA - Hail, hail, rock and roll!

RULETA RUSA (1984)
Ocupen su localidad (Sabina) 3:24 – Telespañolito (Sabina/Krahe) 5:08 – Caballo de cartón (Sabina) 4:14 – Guerra mundial (M. Tena) 3:50 – Negra noche (Sabina/Camacho) 4:39 – Eh, Sabina (Sabina) 3:39 – Juana La Loca (Sabina) 5:35 – Ring, ring, ring (Sabina) 4:07 – Pisa el acelerador (Sabina) 3:39 – Por el túnel (Sabina) 5:08.

Finalmente Sabina llegó al rocanrrol en este, su segundo o tercer disco. Un poco antes había llegado a la televisión española y también había llenado el teatro Salamanca de Madrid, pero su base de operaciones seguía siendo “La Mandrágora” y así, en noviembre de 1981 edita junto a Javier Krahe y Javier Pérez el disco homónimo en vivo (en realidad, en ese momento Sabina y Pérez iban segundos detrás de Krahe, auténtico maestro de ceremonias). El paso de Sabina al rock no parecía evidente en este contexto. Pero en 1982 Paco Lucena pasa a ser su manager en reemplazo de Fernando Jurado y poco después deciden junto a Krahe que lo que mejor pueden hacer para no repetirse es separarse. Nuevamente Sabina corta el cuello a la gallina de los huevos de oro… y nuevamente acierta. Se pasa al rock and roll (como su ídolo Bob Dylan) y funda Ramillete de Virtudes, su primera banda roquera, luego conocida como Viceversa.
La producción de Ruleta Rusa estuvo a cargo de Jorge Alvarez y no le gustó para nada a Joaquín, quien, dispuesto a no correr los mismos riesgos que con Inventario, reclamó el derecho de re-producir la mitad de los temas: Juana la loca, Caballo de cartón, Negra noche, Por el túnel y Viejo blues de soledad, un tema que luego fue reemplazado por Telespañolito.
Los músicos que participaron son: Miguel Botafogo en guitarra, Antonio Sánchez en acústica, Antonio Molina en bajo, Miguel Angel Jiménez en batería y Pilar Carbajo en coro; hasta aquí la formación estable de Viceversa. A estos se agregaron Luis Mendo, Jaime Stinus, Manolo Aguilar, José Luis Villega, Javier de Juan, Oscar Astruga, Juan Ciro, José Manuel Lanes, Luis Cobos, Roberta Gil, Fermín Ladas, Javier Encinas, Bernardo Fuste. La parte vocal fue reforzada con coros a cargo de Jaime Asúa, Manolo Tena y Joaquín Lera.
Fue presentado en vivo en el teatro Salamanca, de Madrid, los días 15 y 16 de diciembre de 1983.

Ocupen su localidad es ese tipo de temas utilitario en función del inicio del álbum o del comienzo de un recital. Un poco a la manera de Sgt. Pepper´s Lonely Hearts Club Band (el tema, no el disco), pero si allí los Beatles introducían una función de domingo en la plaza del pueblo, aquí Sabina nos mete de lleno en el mundo nocturno cerrado del cabaret y no precisamente mediante una visión impresionista o estilizada: “El joven Marqués de Sade actuará a continuación/Sodomizando a una monja del Sagrado Corazón”. Una de las cualidades más asombrosas del discurso de Sabina se basa en su capacidad para naturalizar los tabúes sociales (sexo, droga). Frases como la anterior o como “perversas vírgenes rubias se masturban para usted” no aparecen con tanta frecuencia ni con tanta displicencia en el repertorio de grupos de pose más contestataria o transgresora. Y en Sabina funciona. Se le acepta con un leve dejo de rubor como asumiendo su incapacidad para diferenciar los límites entre lo “políticamente correcto o no”. El tema además de anunciar el tenor del resto del disco (como toda presentación) también señala el nuevo rumbo ideológico que tomará en lo inmediato, ya alejado definitivamente del militante de izquierda de Inventario y dispuesto a disfrutar de la noche, el sexo, el rock y la droga.
En lo musical sorprende con su ritmo de rockabilly y sus cortes instrumentales (con ese saxo suena a los Redondos de Gulp!). Hasta que no se escucha su voz cuesta convencerse que es un tema de Sabina. En lo armónico hay distintas voces que aparecen en distintos momentos. En vivo suena mejor.

Con su cuota de dardos contra la iglesia, el gobierno y el ejército, Telespañolito, es una secuela inmejorable. Originalmente un tema cortina del programa “Si yo fuera presidente”, donde Sabina participaba por entonces. Su amplia popularidad obligó a incluírlo en lugar de Viejo blues de la soledad. La sujeción del referente a la realidad del momento, como ser el gobierno de Felipe González (“Iñigo sin bigote, Balbín con gripe/Para cambios profundos los de Felipe”) lo emparentan con los collages dalinianos en base a papel periódico, que rehuyen todo tipo de trascendencia.

Básicamente un reggae de protesta, es el primero de una serie de temas que mencionan los arduos comienzos de Sabina en Madrid : “Pasé de logaritmos y de Cervantes/Y me vine a Madrid para ser cantante/Pero como cantaba con intención/Tres rombos le colgaban a mi canción”. El estribillo es de Javier Krahe, amigo y camarada de ruta de “La Mandrágora” y dicho sea de paso satiriza el célebre Españolito, de Machado-Serrat (“Españolito que vienes al mundo te guarde Dios/una de las dos Españas ha de helarte el corazón”).
Hay un buen bajo, una guitarra en contratiempo y los vientos establecen un diálogo con la parte vocal, aunque el coro de chicas le da un toque comercial (disculpable para un tema de TV).

La llegada de Caballo de cartón redondea una de las mejores secuencias de comienzo de álbum en Sabina. Mete una pausa al acelere con su aire de “lento a lo Stone”, sentimentalismo distante que invierte todas las reglas de la canción romántica aún cuando se trate de una canción romántica. El sujeto parte al rescate part-time de su chica, prisionera en la fortaleza oficinesca: “Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal/¿Dónde queda tu oficina para irte a buscar?/Cuando la ciudad pinte sus labios de neón/Subirás en mi caballo de cartón/Me podrán robar tus días, tus noches no”. Fue dedicado a su esposa, Lucia, por entonces empleada de oficina. Sabina se las ingenia para asestar algunos palos a la mediocridad de la vida moderna sujeta a las leyes mercantiles. La oposición “encierro corporal” – “libertad mental” como símbolo de resistencia: “La voz de tu jefe brama `estas no son horas de llegar´/Mientras tus manos archivan, tu mente empieza a navegar”. Una vuelta al molde acústico de Malas Compañías (en especial recuerda a Calle Melancolía y Pongamos que hablo de Madrid) donde destacan el timbre de voz fresco y juvenil que obtuvo Sabina y el inolvidable solo de violín.

Guerra mundial vuelve al tema de los medios de comunicación de Telespañolito. La melodía parece entrar y salir de un pantano sonoro en el que destacan el piano y la flauta. La letra (de Manolo Tena) es apenas mejor. Lo mejor es el verso “Y mientras tanto tú, cambiando de champú”, que Sabina reutilizará para la infinitamente superior Esta boca es mía, años después, para retratar la ironía de la vida cotidiana acechada por la guerra (“La guerra que se acerca estallará /Mañana lunes por la tarde /Y tú en el cine sin saber”). Si se trata de una vuelta a la canción política, la amplitud del blanco diluye y desactiva cualquier posibilidad de denuncia genuina. Extemporáneo en el discurso-en-construcción de Sabina.

Con Negra noche, el disco retoma el discurso y la calidad. Básicamente un rock lento, sin maquillaje y con Botafogo luciéndose en los arrreglos de guitarra. Nuclea elementos latentes, presupuestos a lo largo del resto del disco. Es el espacio ideal en que se sitúan lo personajes de Sabina: lugar marginal en el doble sentido del albergar lo desechado, lo punible socialmente (“La noche que yo amo tiene dos mil esquinas/Con mujeres que dicen `¿me das fuego chaval?´/Y padres de familia que abren sus gabardinas…”) y de frontera con lo otro, la búsqueda de una verdad, el lugar del borracho, el loco, el suicida… el artista. El propio sujeto se constituye en esa búsqueda: “Negra noche, espero tanto de ti”. Pulsión, deseo. Los arreglos son de Sabina y el grupo Suburbano.

A partir de aquí el disco entra en la zona roja del sexo y el rock. Eh Sabina! y Juana la Loca tal vez tengan demasiados cortes para ser puros rocanroles pero resuman entusiasmo y malos modales. En el primero, un riff a modo de cortina introductoria y el solo de guitarra rompen la textura musical uniforme que acompaña el chiste de la letra. La autorreferencialidad crea un personaje fogueado en el sexo, el alcohol y el rock and roll (téngase en cuenta la delicadeza de alterar la serie clásica). La figura de artista que Sabina construye alrededor de sí lo presenta como transgresor de las reglas de una “profesionalidad” que uno supone asociada al negocio del espectáculo. Aquí sigue las huellas irreverentes de Pasándolo bien “Como bebo demasiado y no me sé controlar/Del trabajo me han echado por falta de seriedad/Que me pongan otro vaso, no pienso hacer caso a/Los que me dicen ‘Eh, Sabina’, ten cuidado con el Paternina”.

Juana (basada en una idea de J. L.García Martín dicen los créditos) es un tema de alto impacto, irresistible a la primera oída. La declaración de principios a favor de la libre elección sexual reviste se ve equilibrada en el estribillo por la aparición de una voz más machista. Así, la burla y reivindición del personaje se equilibran: “Después de toda una vida sin un triste devaneo/Coleccionando miradas en el desván del deseo/De pronto un día pasaste de pensar que pensarían /Si lo supieran, tu mujer, tus hijos, tu portera/Y te fuiste a la calle con tacones y bolso/Y Felipe el Hermoso por el talle/Desde que te pintas la boca en vez de Don Juan te llamamos Juana la loca”. La vuelta de tuerca está dada por el juego con significantes tan caros a la “españolidad”, la cual metonímicamente cae en la volteada. Recordar la introducción a la versión en vivo de Sabina y Viceversa: “La edificante historia del ibérico Don Juan sorprendido en el momento de salir a la calle convertido en Juana la Loca”.

Ring ring ring es menos cómica, más cínica y va de la mano de un pianito cantinero, acompañado por una guitarra distorsionada, un bajo que se va en floreos y coros de chicas en el estribillo que no termina de soltarse y se revela algo incómodo en el verso largo. Si no se es autorrentado, si se pierden los contactos en el sector de privilegio, se corre el riesgo de sufrir el síndrome de fin de fiesta con su resaca social correspondiente. “Tu nombre estaba en todas las agendas de la gente `in´/El teléfono en tu casa no paraba de hacer ring, ring, ring/No había cóctel, party, cena, estreno, en que faltaras tú/Por las noches en Bocaccio, y al Gijón para el vermut/Lástima que ahora, cuando llaman a tu puerta, ves/Al casero que te pide por octava vez el alquiler”. Relato de exceso y soledad donde la ley del mercado se impone por sobre las relaciones sociales en el mundo que frecuenta la heroína. No hay posibilidad de abstraerse a tales reglas. No a esa altura. La voz poética cumpliría una función de “consejero cruel”. El último verso “sal corriendo si no quieres perder también ese tren” anuncia el siguiente tema: Pisa el acelerador. A igual que el anterior, revela a un Sabina más interesado en la actitud tosca y desafiante del rock: “Dentro de algún tiempo estarás acabada/Metida en tu casa, haciendo la colada, /Nadie te dirá `muñeca ven conmigo`/Dónde iras cuando no tengas un amigo/Tarde ya comprenderás por qué te digo: Pisa el acelerador...”. La apelación a vivir el presente y a rehuir la vida matrimonial serán tópicos repetidos en el repertorio de Sabina. Aquí la alocutaria es otro tipo de mujer, está todavía de este lado de la del tema anterior, se le reclama a la otra se le recrimina. La aparente contradicción del sujeto-apelativo-Sabina no es más que el intento de alcanzar el equilibrio utópico “que va del tedio a la pasión”.

Musicalmente es más atractivo, con un desarrollo melódico superior, donde una inédita octava media rompe las barreras del metro y la rima. También es el primer tema en presentar una coda extendida, recurso que se repetirá en el futuro. Por el túnel inicia un final anticlímax con su aire acústico y su solo slide aunque luego acaba con la banda a pleno. La letra trata el tema del sentar cabeza que luego se instalará en Whisky sin soda. Aquí la vida burguesa es vista como prostitución: “El resto de la banda se perdió/El maldito reloj los engulló/Hacen quinielas, hijos, van al bar/Tu oficio no es peor que los demás”. El estribillo no es de lo mejor. Sin embargo era uno de los temas preferidos de Sabina.

JUEZ Y PARTE - Primera madurez.

 JUEZ Y PARTE (1985)
Whisky sin soda (Sabina-Camacho) – Cuando era más joven (Sabina)– Ciudadano cero (Sabina-Varona) –El joven aprendiz de pintor (Sabina)– Rebajas de enero (Sabina-Martínez) – Kung fu (Sabina) – Balada de Tolito (Sabina-Varona-Sánchez) – Incompatibilidad de caracteres (Sabina) – Princesa (Sabina-Muriel)– Quédate a dormir (Sabina).
Duración total:

Después de Ruleta Rusa, Sabina continuó jalonando su carrera con nuevos hitos. El 16 de mayo de 1985 tocó ante 100.000 personas en las Fiestas de San Isidro y compuso el tema Dos mejor que uno, para la película homónima protagonizada por José Sacristán. Pero tal vez lo más importante en relación con Juez y Parte tiene que ver con algunos cambios decisivos que Viceversa sufrió poco después de la edición de Ruleta Rusa: Pancho Varona reemplazó a Botafogo; Javier Martínez a Antonio Jiménez y Paco Beneyto a Miguel Angel Jiménez. Así, el sonido característico del nuevo disco está marcado por la reverberación, una sonoridad sólida y con pocos matices acompañando la voz y unos coros tratados con mucho eco. Hay mas arpegio que acorde y más prolijidad. Después de los avatares de los discos previos, Sabina no quiso correr riesgos y co-produjo el álbum junto al ingeniero de sonido Jesús Gómez mientras que los arreglos fueron del propio grupo.

Disco autorreferencial y narrativo (originalmente se iba a llamar Primera Persona del Singular y luego Descaradamente Personal), a diferencia del anterior donde lo doméstico era visto como lugar a abandonar (Juana la Loca, Pisa el acelerador, Negra noche) aquí muchas situaciones se desarrollan en ese espacio: Rebajas de enero, Incompatibilidad, Princesa). Digamos: el gato callejero se ha domesticado, pero no castrado. Si Sabina ha presumido de haber tenido no menos de tres juventudes en su vida, del mismo modo podríamos conjeturar que ha habido tres madureces y es en la primera (o segunda) de ellas en las que parece situado el sujeto que enuncia en Juez y Parte: “Hoy ya retirado, sólo robo y mato por necesidad”, “Hoy como caliente, pago mis impuestos, tengo pasaporte/Pero algunas veces pierdo el apetito y no puedo dormir”, “Tenemos estufa, dos gatos y tele en color/(…)Emociones fuertes buscadlas en otra canción”). El aquí y ahora de este disco es asombrosamente doméstico. Sabina todavía está más acá de la célebre frase de Lennon “De repente tienes 30 años y aun queda tanto por hacer”. Más tarde estará más allá.
Sin embargo, inmediatamente después de la edición del disco Sabina debió salir al cruce de comentarios que lo acusaban de apólogo de lo marginal. Es que el aburguesamiento es sólo un condimiento. Desde el título mismo, el sujeto se caracteriza por un movimiento de ida y vuelta. La oposición Juez/Parte entendida como legalidad/marginalidad –aunque pronto advertimos que todo es cuestión de habilitaciones, de carnets-. Oscilando entre los opuestos se mueve el sujeto, devenido en héroe gracias a esa posibilidad de atravesar estos espacios semánticos.

En Whisky sin soda, el tema de apertura, lo vemos instalado más decididamente en el lugar de la transgresión, de los excesos. Como para despejar cualquier duda acerca de su nuevo dogma artístico (Sabina aun tenía dudas a esta altura de si el público había dejado de emparentarlo o no con el cantante de denuncia de Inventario) la obra empieza con un fuerte manifiesto: “Siempre que la muerte corre tras mi pista me escapo por pies/Hay que espabilarse si eres trapecista y saltar sin red”. Tan solo ese “Hoy ya retirado” que se filtra casi inadvertidamente a mitad del tema, nos habla de esa oscilación, esa tensión mencionada anteriormente, que definirá la ideología general del disco. Hay unos arreglos sólidos, como resultado de una visión previa y calculada, levemente preciosista, lo cual lleva al tema (y al disco) a un sonido más pop que rock.
La llegada de Cuando era más joven extiende el tratamiento de la dicotomía anterior y la profundiza agregando nuevo elementos de correspondencia: madurez/juventud (legalidad/marginalidad): “Hoy como caliente, pago mis impuestos, tengo pasaporte/ Pero algunas veces pierdo el apetito y no puedo dormir/Y sueño que viajo en uno de esos trenes que iban hacia el norte/ Cuando era más joven la vida era dura, distinta y feliz”. La asunción del paso del tiempo, de manera retrospectiva se aprecia como un “fallido ideológico”que el futuro Sabina, artista de fronteras más amplias e inyectado de adrenalina sudamericana, se encargará de “oximoronizar” con la fórmula del viejo Bob Dylan: “Ah, pero entonces yo era muy viejo, soy mucho más joven ahora”. Las notas iniciales hablan de un rock and roll narcotizado, como el propio sujeto, inclusive el solo naufraga en frases tímidas con fondo de palmas. La propia guitarra trabaja más en plan armónico-estructural antes que irrumpir en primer plano con solos hirientes.

Acaso como fruto de un inconsciente sentimiento de culpa, llega, para compensar tanta mansedumbre, el magnífico Ciudadano cero. Sabina se acerca a la forma enunciativa del Bob Dylan de Who killed Davy Moore? donde el sujeto cede la voz a los diferentes implicados en un crimen para que aleguen cínicamente su inocencia. “Quién mató a Davy Moore?”/ `Yo no´, dice el mánager...”, etc, etc. El espacio parece ser de la prensa y los micrófonos. Aquí, lo que tenemos son los diferentes testigos del caso que van exponiendo su testimonio, sin ningún sujeto que los presente o enmarque. Aparecen y punto. El espacio ya no es el de la prensa sino el de la comisaría. Los arreglos cuidan más la estructura que el lucimiento de solistas. Un riff entre siniestro y enajenado introduce y cierra el tema, alejándose con perfil bajo hacia otro lugar, hacia otro crimen. El fondo es prolijo y elegante, la voz suena engolada y con mucho eco sobre el dominio acústico; el puente se hace tenso con obligatos insistentes, hasta la descarga final en el estribillo liberador, (modula a mayor) como el propio acto del personaje. La melodía amaga permanentemente con saltar al estribillo (como las vacilaciones del asesino deslumbrado por lo mediático). Y es aquí donde el verso se libera del metro romance (español por excelencia) así como el criminal se libera de sus conciudadanos. En este momento entra una tercera voz que es la del narrador, interpelando al personaje, gesto humanista que Sabina emplea para todos sus relatos sobre marginales: “Ciudadano Cero ¿Qué razón oscura te hizo salir del agujero?/Siempre sin paraguas siempre a merced del aguacero”. Dijo Sabina: “Es una canción no muy apreciada y nunca tocada en público. Y, sin embargo, muy querida por mí. Siempre quise hacer novela negra dentro de las canciones. Esa creo, perdone usted la falsa modestia, que salió bien”.

En lo que es un momento de gloria para el disco llega El joven aprendiz de pintor. Magnífico y sarcástico comentario sobre el ascenso a la fama con su “pack” de ingratitudes, reconocimientos y manifiestos: “El joven aprendiz de pintor que ayer mismo/Juraba que mis cuadros eran su catecismo/Hoy al ver que el público empieza a hacerme caso/Ya no dice que pinto tan bien como Picasso”. Reflexión sobre lo “under”, lo marginal y lo emergente. Crítica al imaginario social que relaciona el arte con el sufrimiento y a la inconsciente perversidad de un público formado por masas de trajes grises (en tal sentido podría ser una reescritura de Gulliver).
Si bien al principio el tema generaliza, planteando las vicisitudes de cualquier artista, luego acaba anclando en la propia situación de Sabina dentro de un sistema (el de la música popular) en el cual se está desplazando de la periferia al centro. La música se recrea con sutiles arreglos para compensar una monotonía melódica necesaria para sostener el tono de sombría condena que emplea Sabina. El saxo, sin embargo, asoma en el horizonte. El joven aprendiz de pintor indica que Sabina se está moviendo de los márgenes del sistema hacia el mismísimo centro.
Primera mención a la propia obra.

Como anticlímax regresa Cuando era más joven en la forma de Rebajas de enero, otro manifiesto autobiográfico que suma pixels a la imagen del artista-marginal-domesticado que el álbum ha venido construyendo. Una vez más el lugar de enunciación es de una burguesa seguridad desde donde se mira con añoranza –y no tanto- el pasado mítico de libertad y excesos. Es un tema único, la excepción que confirma la regla, dentro del ideario sabiniano de relaciones de pareja. Lo más cercano a una celebración de la vida doméstica que encontraremos en toda su obra: “Tenemos estufa, dos gatos y TV color”. Musicalmente tiene arreglos de sintetizador muy comerciales (recuerdan a los de Inventario), apenas rescatados por el solo poco convencional de guitarra).

El actual formato CD, con su continuum de temas de principio a fin, borra unos marcos que durante mucho tiempo, en la época del disco vinilo de dos caras, establecieron lugares de privilegio en la distribución de las canciones. En los originales lados A y B de Juez y Parte, todos los temas que abordan la domesticidad están concentrados en el primer lado, liberando a la cara restante de buenos modales, o mejor aún, habilitando una “zona liberada” para los excesos. Así, es significativo que esta se iniciara con un tema como Kung Fu, con sus hordas de chicos malos que amenazan el clima de felicidad doméstica. Sabina abandona el lugar del burgues para situarse frente a él y sarcásticamente echarle en cara los riesgos de su mundo de cartón pintado. Vida burguesa/Marginalidad no se corresponde necesariamente con el bien y el mal de la visión pro-establishment. Las guitarras en tresillo imponen un cima tenso y hay un interesante solo de dos guitarras en armonía. Los aplausos finales dan la sensación de un tema en vivo, aunque la pulcritud general hace pensar que son efectos.
Nota: todos los temas de marginales están unidos lexicalmente: la idea de “salir del agujero” reaparece en Ciudadano Cero, la “bronca” en ¡Que demasiao! y la farmacia, como sitio a asaltar, en Princesa.

Por tratarse de un tema en 3° persona podría pensarse que Balada de Tolito es un capítulo aparte dentro del contexto del disco, pero en realidad está íntimamente ligado a su leit motiv como un homenaje a un destino que el Sabina exitoso y domesticado añora “Si quieres verlo ven, busca en el andén/Tolito siempre está bajando de algún tren”. No por nada esta basado en un personaje real y es uno de los favoritos de Joaquín. Paradigma de una vida preciada, la del artista ambulante, ya anteriormente celebrada por Serrat en El Titiritero (en un contexto más rural y arcaico), incluye uno de los versos memorables del disco por su poder de síntesis: “Morirse debe ser dejar de caminar” vale por toda la letra. Es un tema en menor, de armonía densa, en especial el final cargado de sintetizador. En el estribillo hay arreglos interesantes de bajo, la batería marca el tiempo con una vehemencia que libera a la voz (tratada con mucho eco) para narrar con serenidad.

Acaso generando el primer capricho en el devenir narrativo de la obra pero anticipando junto con Quédate a dormir el rumbo del siguiente disco, irrumpe Incompatibilidad de caracteres. El tema recurre a la misma fórmula de Tratado de impaciencia Nº 10, el humor –herencia del maestro Brassens, omnipresente en el período dorado de “La Mandrágora”- como condimento para una historia de desventura amorosa: “Siempre que la voy a besar me lo impide un repentino ataque de tos/Trato de dejar de fumar y por mi santo me regala un cartón”. El ritmo oscila entre el rock and roll y el charleston, con un bajo que recorre la escala deliciosamente y un percusión que sugiere pasos de baile.

Luego de la pausa, llega el que tal vez sea el mejor tema del disco y uno de los mejores exponentes de esta etapa: Princesa, que lleva directamente al título de la obra: Juez y Parte. “Con qué ley condenarte/Si somos juez y parte/Todos de tus andanzas” se pregunta el sujeto-héroe, quien, a base de atravesar y adaptarse a los diferentes opuestos del tablero social, ha trascendido su hipocresía declarando la consecuente imposibilidad de juicio. Aunque no es gran cosa musicalmente (incluso la guitarra falla en dar un solo, limitándose a repetir la introducción) el enfoque vocal, entre dolido y agresivo da la medida justa para lo que quiere transmitir. El sintetizador juega a remarcar el tono dramático.

Un nuevo anticlímax anuncia la despedida definitiva del álbum. Quédate a dormir es la primera de una larga lista de canciones cuyo mensaje directo es “hagamos el amor” y que presenta las relaciones hombre-mujer como encuentro fortuito antes que convivencia. Es bastante pedestre, si se la compara con la futura y excelente “Y si amanece por fin”. En nada preanuncia el Sabina-poeta de los álbumes posteriores. Si, en cambio da el pegue festivo para el cierre del álbum, elemento característico. Preanuncia la temática del siguiente Hotel Dulce Hotel. Para el disco actual es un final a fin de fiesta con su ritmo reggae marcado por un bajo bien arriba, la sesión de bronces y su estribillo repetido infinitamente.

HOTEL DULCE HOTEL - Nuevo cambio de rumbo.


HOTEL, DULCE HOTEL (1987)
Así estoy yo sin ti (Sabina) 5:06 – Pacto entre caballeros (Sabina-Batanero-Varona) 4:04 – Que se llama soledad (Sabina-Martínez) 4:58 – Besos de Judas (Sabina) 4:05 – Oiga, doctor (Sabina) 3:20 – Amores eternos (Sabina) 3:55 – Mónica (Sabina) 4:02 – Cuernos (Sabina-Batanero) 3:56 – Hotel, dulce hotel (Sabina-Martínez-Varona) 4:25
Duración total: 38:13.
Grabado en los estudios Eurosonic de Madrid.
Ingeniero de sonido: Jesús Gómez.
Producción: Joaquín Sabina y Jesús Gómez.
Arreglos: Sabina y Viceversa.
Músicos: Joaquín Sabina (guitarra acústica y voz), Pancho Varona (guitarra eléctrica y acústica), Manolo Rodríguez (guitarra eléctrica y acústica), Paco Beneyto (batería), Jesús Gómez (batería programada), Tito Duarte (percusión), Javi Martínez (bajo y coros), Andrés Prittwitz (saxo y clarinete), Pepe Nuñez (trompeta), Jim Kashisian (trombón), Javier Losada (teclados), Teri Carrillo (coros).

Bueno, también he hecho Hotel, dulce hotel. A mí siempre me han gustado mucho los hoteles, porque son anónimos, porque se encuentra uno gente por los pasillos, por los ascensores, porque llamas y te suben un whisky, porque propicia mucho más la cana al aire que en la casa de uno... A mí me gustan mucho y concretamente éste me parece una maravilla.
¿Qué tiene de distinta la cama de un hotel de tu cama?
Que no es el lecho conyugal...
Que hay pecado.
¡Claro! Que puede haberlo aunque no lo haya. También hay películas porno en los hoteles... ¡en fin!


En el lapso de tiempo que media entre Juez y Parte y Hotel, Dulce Hotel, Sabina perdió a su padre –el honrado inspector de policía que le inculcó el amor por la poesía-, se separó de su esposa Lucía, presentó su segundo libro “De lo cantado y sus márgenes”, vio publicada su biografía en la célebre colección “Los Juglares” (donde ya estaban Serrat, Victor Manuel, Brassens y otros…), colaboró en un film de Mario Camus. No poco para llenar dos largos años.
Sin embargo falta mencionar el hecho más importante: el 14 y 15 de enero de 1986 se presenta en el Teatro Salamanca de Madrid. Fue como la noche del London Palladium para los Beatles. Sabina dejó de ser el mejor de los marginales y pasó a ser un artista respetable y de renombre definitivamente (que es mejor y peor decida cada uno). De la grabación de esas noches memorables es el doble en vivo “Sabina y Viceversa”.
En consecuencia el Sabina que se aprestó a encarar Hotel, Dulce Hotel, era otro, emocional y artísticamente.
Es el disco con menor cantidad de canciones: nueve.
Tal como el propio Sabina declara en los créditos las canciones fueron escritas entre Madrid y la Isla de Hierro y están dedicadas todas a mujeres, aunque hay menos romanticismo del que se pretende. Al parecer una periodista le habría señalado el detalle de la ausencia de canciones de amor en su repertorio y así, el disco habría surgido bajo la consigna de saldar esa deuda. También confiesa “prestamos” a Scott Fitzgerald, Camilo J. Cela (Oiga, doctor), Manolo Tena (Mónica) y Paco Umbral (Así estoy...). Un disco romántico-literario? Si en Juez y Parte la domesticación del sujeto se percibía en los textos, aquí ha contagiado la parte musical.

En Hotel dulce hotel los retratos en tercera (de chicas) siempre involucran al sujeto, a diferencia de los anteriores (Que demasiado, Balada de Tolito). Hay dos clases de mujeres en este harén: las que dejan al sujeto con el alma en la mano (canciones de amor) y las que necesitan ser convencidas de ir a la cama (canciones de sexo). En medio, la historia de Pacto entre caballeros como para cortar.
Musicalmente hay una continuidad del sonido general “lleno” de Juez y Parte (un poco más pulido). Sabina mantiene la sesión de vientos y el trabajo cuidado en las armonías.

El disco empezaba con un, a la postre, clásico: Así estoy yo sin ti. Acaso haya marcado un punto de inflexión en la carrera de Sabina, con un sonido más pulido e inclinado a lo melódico-sentimental, tendiente a captar un público más amplio. Ahora, una cosa es el estribillo, gancho comercial del tema, melódico y repetitivo y otra cosa la parte central a fuerza de comparaciones profundas e ingeniosas que exceden lo esperable para una canción de amor convencional y acaban convirtiéndola en un exponente de profundo lirismo donde además del sentimiento básico de desasosiego del sujeto nos asomamos a su ideología. Efectivamente, la selección de los referentes comparados: el tren, el taxi, el Lute, los polizones, el aeropuerto, los barcos… permite reconstruir una zona semántica relacionada con el viaje y la libertad. Y sin embargo, en este caso, por una vez la soledad no permite al sujeto vislumbrar un futuro de revancha vital, en el sentido sabiniano de seguir adelante.
En lo musical aparece la firma de Pancho Varona. De fondo hay una batería marcando derecho y en primer plano, la guitarra da un solo sentido, pulcro y sin distorsiones y las armonías (dada por los sintetizadores) ganan el ambiente al promediar el tema.

Pacto entre caballeros es el elefante blanco del disco, una pausa en el concepto de bestiario femenino que cohesiona la obra. Basada en hechos reales, lo cual no significa que cuente hechos reales, presenta la celebración del delito como gesto de resistencia. Si lo que está mal está bien, eso es porque lo que está supuestamente bien está mal. Por ese mismo motivo, cuando el personaje reflexiona sobre su buena suerte, no agradece a Dios, sino al diablo: un tiro por elevación al sistema y su hipócrita orden de cosas. El es bautismo de fuego del personaje Sabina en el mundo del delito: “Pero el bizco se dio cuenta/Y me dijo –Oye, colega/Te pareces al Sabina, ese que canta”. Sabina cruza diferentes espacios, el del ladrón y el del burgués acomodado, sin conflictos. Pero para poder ir y volver necesita no extraviarse, no avanzar demasiado en ningún aspecto. Por eso mismo el sujeto no participa del robo: “protegidos por la luna/Cogieron prestado un coche/me dejaron en mi queli y se borraron”. Hay un reconocimiento hacia ese viejo marginal, ya atemperado, lo cual es retribuído por una cuestión de códigos finalmente más sólidos que los del mundo de la legalidad.
“Se cortaron de meterse algo más fuerte” es un gesto de deferencia a quien es un advenedizo bienvenido en el mundo del delito. No participa de él pero es quien puede poetizarlo. Todo al ritmo de un rock potente, distorsionado y a mil, en un crescendo gradual desde la estrofa hasta el estribillo, en el mismo tono. Bueno.

Que se llama soledad es lo mejor del disco. Manifiesta un dominio estructural que preanuncia obras posteriores (podría formar parte de Física y Química y sin desentonar). A medias entre el autorretrato y la ficción, entre el vuelo lírico y la confesión cínica (con algún verso desafortunado como el del circo y los enanos), delata una melancolía producto del amor, única que se permite Sabina (a diferencia de Serrat, por ejemplo, cuya melancolía surge de todas las experiencias). Es de esos temas de digestión lenta (salvo el estribillo) pero de permanencia inalterable en el tiempo.

“Algunas veces doy con un gusano en la fruta del manzano prohibido del padre Adán”. Sabina declaró alguna vez que la canción estaba influenciada por Silvio Rodríguez y este tipo de imagen es propia del cubano, más cercano a un enfoque “oracular” en su poética, cuyos versos iluminan zonas de la realidad que otros discursos u otras artes u otras disciplinas son incapaces de hacer (enfoque que a Sabina, por entonces lo tenía más bien sin cuidado, ocupado como estaba en construir su imagen al filo de los excesos). Casi un retorno al tema de apertura, con una percusión más leve y el clarinete imprimiendo su sello sensual. El motivo melódico es más complejo y elaborado.

“O duermo y dejo la puerta/De mi habitación abierta/Por si acaso se te ocurre regresar” es una reinvención de la imagen tanguera: , como bien señala Luis Cardillo en Los Tangos de Sabina, aunque, hay que reconocer que la reacción de los sujetos en Sabina nunca es de rencor hacia la mujer, antes más bien, de admiración y reconocimiento.
Besos de Judas es una revisitación de Incompatibilidad de caracteres (“si le pido `quédate un poco màs´, se viste y se va”) en tanto presenta la misma figura de mujer difícil, aunque el abandono del clima vaudevillesco y la aceptación del dominio que la chica ejerce sobre el sujeto le dan un tono algo más quejumbroso: “Yo que siempre traté de aprender a barajar/Los naipes al estilo del triunfador/Ahora me veo jugando de farol/Mientras su manga esconde un as/Sale siempre a ganar”. El texto comenzó –según rezan los créditos- como una versión libre de Ta liberté, de Capdevielle, que luego derivó lejos del modelo. Es un rock and roll con resonancias densas de piano y el sintetizador subrayando fragmentos melódicos en el estribillo. Funciona como relleno.
El metro irregular sugiere que nació primero la música.

Oiga doctor plantea con buen humor el tema de la fama enfocado desde sus diversas consecuencias. Una burla a la concepción romántica del arte, donde el artista debe ser pobre y sufrido para ser genial: “Oiga, doctor/Devuélvame mi depresión/¿No ve que los amigos se apartan de mí?/Dicen que no se puede consentir/Esa sonrisa idiota/Oiga, doctor/Que no escribo una nota/Desde que soy feliz”. Al final, es directo: “La cumbre se me está clavando por momentos en el culo”. Hubiese quedado bien en Juez y Parte con sus alusiones biográficas. De no ser porque ya incluía su modelo previo e inmejorable: El joven aprendiz de pintor, del cual es continuación natural e histórica, ya que aquí el sujeto está definitivamente instalado en al creta de la ola. A su favor podemos decir que gana en humor, desafío y cinismo.
El “Ya no se me empina/Desde que usted me ordenó/Tener cuidado con la nicotina”, además de ser un guiño a Eh, Sabina, es una asunción de profesionalismo, además de éxito.
Arranca con voz y guitarra distorsionada mientras la banda anuncia su presencia con acordes cortantes, luego se lanza a las aguas del rock and roll con mucha distorsión, el piano en pleno disfrute y un obligado solo de saxo. Sabina dobla su propia voz.

“No quiso ser de nadie” resume el carácter de la heroína de Amores eternos, otro homenaje con cicatrices y más gotas de ácido sobre la rutina doméstica: “Antes que la carcoma de la vida cotidiana/Acabara durmiendo en nuestra cama/(…)Se fue de madrugada…”) Suena a bolero tropicalón con su guitarra arpegiada , la batería cruzada y los efectos de marimba, introduce un clima más acústico, aunque los instrumentos marcan duro, como insinuando un rencor que la letra no se puede permitir. El final es con yuxtaposición de voces. Una breve salida a algo diferente. El estribillo es apenas una variante del motivo principal, el tema se sostiene por su propio espíritu.
Mónica es de lo más flojito del disco, un mero borrador del futuro y genial Y si amanece por fin. Una vez más un par de versos resumen el mensaje básico: “¿No vez que ya empieza a amanecer?/Anda, quítate la ropa de una vez”. No hay lugares para tibiezas. En la obra de Sabina las mujeres entran a matar o morir. Aquí, evidentemente, funciona otro modelo de pareja. Es un rock and pop dominado por el órgano y Sabina doblándose a sí mismo.
Nota: Los versos “No me digas `tal vez`, `quizàs’, `puede que mañana`” recuerdan a la milonga La fulana (“Que hoy no puedo, que quién sabe, qué esta noche, que mañana/La cuestión que la fulana/Me dio el dulce y lo mordí”) inmortalizada por Jorge Vidal.

Cuernos, con su ritmo ligero de cabaret y su desdramatización de la infidelidad, además de ser una buena humorada y un excelente consejo, tiene guiños clasistas (sí a la mujer del ejecutivo o del clase alta; no a la del obrero) que refuerzan la parte más “socialista” de Sabina, algo devaluada en medio de tanto habitación con champán y cuarto lujoso. Más que como vendida involuntaria producto de la fama y el éxito, la imagen global final es la de incursión en territorio del enemigo. Cuestión de carisma. Sabina genera reconocimiento del oyente masculino, generalmente tercero excluído. A igual que en Serrat, el lenguaje musical elegido para lo burlón es el vaudeville: trombón, trompeta con sordina, clarinete, coros de chicas y percusión. De lo mejor del álbum.

Casi una continuación temática de la pista anterior, llega el cierre con Hotel, dulce hotel, el tema que da título al álbum que alberga cada una de las desprejuiciadas canciones. El estribillo martilleante suena a sentencia irrevocable: “Hotel, dulce hotel-Hogar, triste hogar”. Si Sabina nos quiere convencer de los perjuicios de la convivencia (para el amor) y del amanecer (para el sexo), el tema aparece como la función conclusiva de dicho argumento, ya que insiste reunido esos conceptos dispersos a lo largo de todo el disco: “Ponte el liguero que por Reyes te regalé/Ven a la cama, nos persigue el amanecer” o “La llama que me quema cada vez que te veo/Me dice que es absurdo programar el deseo/Al cabo de unos años estaríamos los dos/Adultos y aburridos frente al televisor”.
Musicalmente parece ser el tema destinado a indagar lo sonoro, en especial se nota en la introducción. El álbum arranca lamentando la soledad y termina celebrando la infidelidad. La ley de la compensación no simétrica.

EL HOMBRE DEL TRAJE GRIS - Estilización sonora.

EL HOMBRE DEL TRAJE GRIS (1988)
Eva tomando el sol (Sabina/Varona) 5:47 – Besos en la frente (Sabina/Varona) 5:11 – ¿Quién me ha robado el mes de abril? (Sabina) 4:57 – Una de romanos (Sabina/Varona/Mora/Garcia de Diego/Cabezas) 4:49 – Juegos de azar (Sabina/Sanchez) 3:23 – Locos de atar (Sabina/Rodríguez/Martínez) 3:59 – Nacidos para perder (Sabina/Sánchez) 3:48 – Peligro de incendio (Sabina) 3:36 – Al ladrón, al ladrón (Sabina) 5:44 – Cuando aprieta el frío (Sabina/Prado/Varona)3:56 – Los perros del amanecer (Sabina/Varona) 4:14 – Rap del optimista (Sabina) 4:26.

Con Hotel, Dulce Hotel, Sabina había vendido 400.000 ejemplares, se había convertido en el artista más contratado de España y había explorado los territorios sudamericanos por vez primera. A pesar de semejante éxito, pateó el tablero una vez más y se planteó el siguiente disco como el comienzo de una nueva etapa. A mediados de 1987 Viceversa era un recuerdo. Sólo permanecería su líder, Pancho Varona, con quién Sabina forma la editora musical Ripio. Por su cuenta invierte en una sala de conciertos y en un sello independiente. Estaba ganando dinero. La propia CBS, desairada por su ida luego de Ruleta Rusa, publica una recopilación para aprovechar el momento.
Para Sabina la nueva obra era “más seria, menos comercial y con más sentido”. Musicalmente es un disco reposado, de tempo medio, con un sonido definido por el piano, un colchón de sintetizador, armonías femeninas y una instrumentación trabajada de modo escalonada, sumando instrumentos hasta alcanzar un clímax o acabar con la banda sonando a full. Es un disco más cohesionado que los anteriores, no solo por un sonido global sino por el concepto del “hombre del traje gris”, leit-motiv del álbum y símbolo del fracaso cotidiano que aparece mencionado en dos temas: Quien me ha robado el mes de abril y Nacidos para perder y, de modo indirecto en Peligro de Incendio. Trae una renovación de sujetos, aparecen el idealista, el compasivo, el nostálgico, el cronista. El disco fue producido y arreglado por el ya constituído “trío de oro”: (Sabina, Varona y García de Diego) más la asistencia de Luis Fernando Soria para lo primero y Javier Mora para lo segundo. Fue presentado en vivo el 9 de setiembre de 1988 en la Plaza de Toros de Las Ventas.
Tres temas: Nacidos para perder, Los perros del amanecer y ¿Quién me ha robado el mes de abril? habían aparecido previamente en la película “Sinatra” para la cual había compuesto la banda sonora y había participado en un pequeño papel.

Eva tomando el sol es de esos temas en que la perfección formal opaca cualquier otro atributo. La impresión es “qué turro, que bien hecho” y solamente después del asombro, percibimos la reflexión latente sobre la religión y el sexo y la arbitrariedad con que el poder determina a discreción lo bueno y lo malo. Aun cuando la historia es pretérita y clausurada, se trata de la celebración pareja más grande desde Rebajas de enero, aunque evidentemente es un modelo totalmente distinto y más cercano a lo que uno espera encontrar en un tema de Sabina.
Sabina vuelve a barajar los elementos del espacio bíblico y los recombina según las necesidades de su historia. Algunos aparecen invertidos (la víbora, por ejemplo, no es aliada sino oponente), Eva mantiene su rol transgresor y otros funcionan como metáfora del orden actual (ángel vengador = policía). Hay algunas contaminaciones simbólicas: ya no es sólo la manzana el objeto proveedor de la verdad sino también la droga (“Plantamos cañamones de ketama/Y un tiesto nos creció en el ventanal/Con una rama del árbol de la ciencia del bien y del mal”).
Que el sujeto que asuma como cantante (“Yo canto en la calle Preciados…”) acaso sea una marca del origen biográfico de la canción (una historia de okupas del período londinense). No será la primera vez que Sabina recurra a experiencias propias, como punto de partida para construir sus ficciones (el antecedente inmediato es Pacto entre caballeros).
Un capítulo aparte merece el aspecto enunciativo. Si bien se tratas de un tema en 3ª persona, las primeras estrofas presentan un alocutario que admite al menos dos lecturas:
1) por momentos apunta a Eva (“tú te llamabas Eva”, “tú freías las patatas”) y por momentos al oyente (“si no has estado allí no has visto el paraíso terrenal”), con lo cual este último es puesto en una situación de co – alocutario junto con la chica, como quien presencia una charla entre viejos amantes re-encontrados.
2) hay un único alocutario, el oyente, y esa 2ª persona es un lugar vacío que le permite al público femenino identificarse (de hecho le dice que nunca estuvo allí) y ponerse en la piel de Eva para imaginarse la heroína de una fábula hipotética.
La historia domina lo musical y avanza sobre la estructura de la estrofa hasta demorar el estribillo (mero requisito de la estructura de canción). La voz solista intercala versos en armonía con una voz femenina (que a menudo coincide con el “nosotros”). El fondo es suave, reposado, digno del paraíso.

Sigue Besos en la frente, casi una extensión del universo bíblico de Eva, con su mención del “manantial del pecado”. La reflexión sobre la apariencia y la esencia (“Paso de la falsa belleza igual que el sabio que no cambia París por su aldea”) entrelazada con la historia que presenta al personaje en plena situación (“me ha dejado marcado como un mapa de arañazos en la espalda”) parece resolver la oposición filosófica entre pensar y vivir. El sujeto que busca donde los demás no buscan (y cuyo lema podría ser “yo quise probar”) tiene su premio aquí y tendrá su castigo en El capitán de su calle, unos años más tarde.
Es casi el tema más fuerte del álbum, con arreglos de vientos y solo de guitarra aunque, atado al concepto de entrada paulatina de instrumentos, la banda demora su entrada hasta la segunda estrofa.

Bajando el clima, llega ¿Quién me ha robado el mes de abril?, un tríptico de historias de fracaso y alienación a la manera de Eleanor Rigby, en el cual Sabina echa un vistazo al mundo del hombre del traje gris, compadeciendo una suerte que, en lo personal, se ha encargado de conjurar: “En la posada del fracaso donde no hay consuelo ni ascensor/El desamparo y la humedad comparten colchón/Y cuando por la calle pasa la vida como un huracán…”. En este último verso, casi desapercibido, está la clave del problema. Es el que abre la puerta al exterior. El afuera es lo que buscó el Sabina que huía del destino premoldeado de miles de seres, del mismo modo que el esposo que huye del hogar “con una peluquera veinte años menor”. Una vez señalada la salida, hay una condena implícita a los que no se arriesgan, aunque para ello haya que romper un mundo (a menudo el ajeno).
La estructura musical rige al texto (cosa extraña en Joaquín), en especial ese estribillo rebalsado de nostalgia. Quizás por eso el solo de guitarra intenta ir a otra cosa, como para olvidar una tristeza que ni los sintetizadores ni las armonías femeninas del final se preocupan en mitigar. Arranca con una base de piano, guitarra, bajo y batería, luego del estribillo los sintetizadores comienzan a apropiarse del ambiente, que alcanza su clímax al comienzo de la 3º estrofa con la segunda voz alta.

Una de romanos-Juegos de azar forman un par aparte dentro del álbum. La continuidad –poco rigurosa- está dada por el tema del cine, asociado al sexo.
La primera rememora los tempranos escarceos sexuales de la adolescencia al tiempo que vuelve a abundar en referencias bíblicas (esta vez en coherente conjunción con el pasado represivo de la época franquista) generando una cohesión interna con los dos temas iniciales.
La frase controvertida: “Y en la peli que pusieron después nunca ganaban los buenos”. ¿Cuándo es “después”? ¿Después de Franco? Imposible, eso sería desconocer los colores políticos de Sabina, aunque podría sugerir una crítica al gobierno socialista de Felipe González, del cual sí, buenamente, se esperaban cambios. (La misma reflexión aparece en Música para pastillas de los Redonditos, respecto del retorno a la democracia y el gobierno de Alfonsín: “los buenos volvieron y están filmando cine de terror”).
La otra interpretación, la que cierra filas con el ideario de Sabina consiste en considerar ese “después” como “después de la niñez”. En un tema donde lo rememorativo es estructural desde el comienzo mismo (“¿Has visto el ciclo en televisión del cine en tiempos de Franco?”) Sabina se apropia del contexto franquista-católico-represivo para resemantizarlo como el tiempo mitológico de la niñez y la entrada en la pubertad, a igual que los personajes de la canción se apropian el espacio del cine y lo convierten en lugar de placer sexual a pesar de la presencia de la ley: “Si un dedo acariciaba una pierna, un pecho, un sujetador/Bramaba la temible linterna del acomodador”.
La melodía es bastante particular: el puente, en lugar de saltar al lógico estribillo, vuelve sobre sus pasos. Hay un buen trabajo de la percusión y una guitarra y un piano muy sueltos aunque en general el clima musical es más uniforme.

La segunda es una historia de video clip tan inteligente como pasatista. Juegos de azar (y de sexo, se podría agregar). En verdad sólo tiene que ver con la anécdota; la letra, por el contrario, es un cálculo minucioso cuya efectividad reside en la economía del significante (“¿Cómo te llamas?” le pregunta el chico a la chica ¡en la segunda cita! definiendo en dos palabras el tipo de relación entre ambos). Es el reverso del mundo gris, la impronta del azar en ese destino-otro donde habita el sujeto básico del disco. El azar se opone al cálculo, al control, al traje gris, pero no siempre se presenta y cuando lo hace no hay que dejarlo pasar. El tema está guiado por el piano y destaca el saxo. Es un buen ejemplo de cómo muchos instrumentos pueden convivir sin generar caos.

Locos de atar fue escrita originalmente para los Viceversa, la banda de acompañamiento de Sabina. Intento de conjurar el alba y las obligaciones para obtener un ocio que no se emplea en la creación (eterno objeto de desvelo del artista) sino en el placer. Tiene ese toque de canción por encargo donde el mensaje se agota en el estribillo (“Diles que no piensas fichar/Pon el reloj a la hora de los locos de atar”). Acaso su mayor mérito haya sido proveer un primer borrador a la futura y genial Y si amanece por fin (que aparecerá poco después en Mentiras Piadosas). Más inconformismo que poesía, aunque con una sutil pincelada de ironía en la desmitificación de la figura de Dios: “La fuerza de la gravedad/del cielo nos exiliará/cuando subas la persiana” (después de todo, somos física y química ¿verdad?). El comienzo con duelo de piano y guitarra recuerda a Una de Romanos, el solo lo gana la guitarra. Hay un ostinato atractivo en una nota como fondo del estribillo.

En Nacidos para perder el sujeto cuenta como se alzó por encima del destino pálido de los miles de perdedores: “Soy del color de tu porvenir/me dijo el hombre del traje gris/No eres mi tipo le contesté/y aquella tarde aprendí a correr”. Eso no le impide recordar (y dotar así de voz en un acto prometeico) a todos aquellos que no han tenido la misma suerte: la mujer abandonada, la madre adolescente (dos víctimas del hombre) en la mitad restante del rompecabezas, ¿Quien me ha robado el mes de abril?, el otro tema que menciona el leit motiv del álbum. Es uno de los temas fuertemente autobiográficos de Sabina con frases como “El mundo a cambio de una canción/Me daba un plato, un beso, un colchón” o “la única medalla que me ha dado la vida/En el escenario la gané”.
Acaso no sea casual que se encuentre ubicado en mitad del álbum como una suerte de pivote que comunica aquí y allá: la mención de la niñez como espacio idílico (“Devuélveme al camino del sur/Al país de la niñez/Donde uno y uno sumaban tres”) lo relaciona con Una de romanos:
Nota: Lo interesante, para los que insisten en leer la biografía de Sabina en sus temas, es que éste jamás sintió nostalgia alguna por su infancia.
Es interesante señalar que una vez que la melodía abandona el motivo inicial ya no vuelve a retomarlo, salvo con variaciones en el estribillo rememorativo de los años grises, asimismo el solo de guitarra suena “a lo lejos“.
Hay un antecedente de este tema en El hombre de la calle.
La alineación es generacional, sistemática en Nacidos para perder (vuelta a idea fuerte de Inventario).

Con Peligro de incendio el álbum entra en su zona roja. Sabina recurre al procedimiento que mejor domina, la enumeración para generar un montaje de imágenes fragmentarias a la manera de un cuadro cubista o un calidoscopio de escenas eróticas y orgiásticas: “Hay un talón, un culo, una rodilla (…) hay una mano, un brazo, un hombro, un codo”.
“Hay unos dedos que me están quitando la chaqueta gris” dispara como al pasar agregando otro toque al concepto central del álbum.
Hay un ritmo rápido llevado por un bajo ansioso y mucho swing(er). Los instrumentos entran y salen del tema como clientes de un hotel.

Al ladrón, al ladrón (o el crimen como una de las bellas artes) es una nueva mirada sobre el mundo margina, infaltable en cada disco desde Qué demasiao! Relata la historia de un Robin Hood de ciudad en su etapa de decadencia: “Parece que por la artrosis de los nudillos/Se te resiste más de un bolsillo”. El robo tratado como una de las bellas artes. Sabina, que habitualmente exhorta al exceso puede al mismo tiempo censurarlo desde la propia experiencia, con autoridad moral: “Lo que era un arte, mierda de pico, está empezando a degenerar”.
La guitarra y los vientos (trombón y clarinete) van ganando terreno hasta adueñarse del clima serio. Lo interesante está en el trabajo vocal con la segunda voz puesta en lugares estratégicos.

Co-escrita junto con Benjamín Prado (lo cual hablando de Sabina equivale a decir que la letra no es enteramente suya), Cuando aprieta el frio tiene dos antecedentes celebres: Amigo mio (Joan Manuel Serrat; 1969) y If you see her say hello (Bob Dylan, 1974). En ambos casos hay un mensajero que viaja al lugar donde se halla la chica al cual se pide que se le envíen los mejores deseos y se cuide de ella. Sabina es un poco menos generoso y la reclama para sí: “Háblale de mi vida, las autopistas negras/que atraviesan volando mi terca soledad/Esa gente que pasa por la calle llevando/Mi pensamiento al otro lado de la ciudad”, dice, en un guiño autobiográfico. Suena un poco a la letanía urbana de Calle... y por momentos entra en las comparaciones de Así estoy yo sin ti. Digamos, nada realmente nuevo (incluso por momentos parece que se le hablara a la misma chica de Amores eternos, con el mismo tono meditabundo), pero introduce un clima musical diferente para esa altura de la obra: un ritmo agradable, un efecto de marimba y el bandoneón de Osvaldo Larrea que le da un aire tanguero que corta en buena medida con la liberalidad de la letra.

Los perros de amanecer pinta la hora tan temida por el nosferatu-amante-juergista, imposible de conjurar, salvo mediante la escritura. Un poco el precio que debe pagar el sujeto por haberse sustraído al mundo gris. Un corte sincrónico de la vida urbana donde la visión se filtra con una omniciencia de cámara oculta y canta intimidades inconfesables: “A la hora del primer despertador/Cuando entra al metro el exhibicionista/Y llora el eyaculador precoz/Y se masturba la telefonista”. Lo musical consigue reforzar el ambiente de desasosiego. La guitarra distorsionada crea un clima desapacible y el sintetizador le da un toque único y distintivo. Anuncia un fin de fiesta similar al de Hotel Dulce Hotel, en particular por el final inacabable. Es también el tema donde la banda se larga a la exploración sonora. Tiene una base de bajo en la onda disco-tecno. También el trabajo vocal es diferente, con recreaciones tímbricas permanentes.

Así las cosas, el Rap del optimista es una especie de bonus track, perfecto en su armado y su síntesis del periplo recorrido por miles de grupos, que van de la transgresión a la utilidad (“Hoy tocan el rap del optimista en vez del blues de la necesidad”). Acido, irónico, gracioso. Parodia del aspecto más comercial del rock. Al tiempo que Sabina critica el contexto general no por eso deja de desmitificar su propia imagen: “Al fin y al cabo lo único que pasa es que necesitaba componer (pa’ comer)/Una canción que terminara de una maldita vez este LP”. Por la excelencia de la estructura lírica uno lo ubica mentalmente en la etapa posterior a Física y Química.
Hay cambio de compás (de 4/4 a 2/4), un bajo reggae. Como si fuera poco inaugura la serie de temas en los cuales el final se desvía del tema principal y acaba dominando por varios compases mientras las capas de sonido y efectos proliferan.





MENTIRAS PIADOSAS - Actualidad y cosmopolitismo.

 MENTIRAS PIADOSAS (1990)
Eclipse de mar (Sabina-Aute) 4:14 – Pobre Cristina (Sabina-De Diego-Varona) 4:29 – Y si amanece por fin (Sabina-Varona-Castillo) 4:36 – El muro de Berlín (Sabina-Asua-Nodar) – Mentiras Piadosas (Sabina)– Con un par (Sabina-Varona-Castillo) 5:13 – Corre, dijo la tortuga (Sabina-De Diego) 4:09 – Con la frente marchita (Sabina-Varona-De Diego-Castillo) 4:59 – Ataque de tos (Sabina) 3:32 - Medias negras (Sabina) 4:46 – Ponme un trago más (Sabina – De Diego) 4:10– A ti que te lo haces (Sabina – J. Martínez) 3:55.

La producción corrió a cargo de Pancho Varona, Antonio García de Diego y Sergio Castillo, a quienes se sumó Joaquín en los arreglos. El disco fue grabado en los estudios Eurosonic, de España y Round House de Inglaterra.
La formación básica estuvo a cargo de Pancho Varona y John Parsons en guitarra eléctrica, Antonio García de Diego en guitarras, teclado, armónica y vientos; Sergio Castillo en batería y programación rítmica; Tato Gómez, José Nodar, Marcelo Fuentes, Esteban Cabezas y el propio Antonio en bajo. José Luis Medrano, Antonio Barco Corchete, Alfredo Maiques, Andreas Prittwitz y Javier Paxariño se ocuparon de los vientos y Mercedes Doreste, Maisa Mens, Doris Cales de los coros. Otros músicos invitados fueron Jaime Asúa, José Antonio Romero, Raquel Giner, Javier Mora, Wally Fraza, Oswaldo Grecco y Javier Vargas.
Joaquín apenas participó tocando la acústica en Medias negras.

El Sabina que encara la creación de Mentiras Piadosas ya es una mega estrella en su país y lo está empezando a ser en Latinoamérica, compone para todos (desde Javier Gurruchaga a Sarita Montiel), brinda recitales en las cárceles, en apoyo de distintas causas y comulga con los partidos de izquierda. En lo personal acaba de perder a su madre (17 de abril de 1989) y de obtener el divorcio definitivo de su esposa, Lucia Correa, mientras forma pareja con Isabel Oliart, futura madre de sus hijas.
El disco fue presentado en un restaurante de Madrid el 16 de mayo de 1990
Este álbum es básicamente distinto a los precedentes y tiene poco y nada que ver con los venideros. En principio pareciera haber habido una operación de cálculo con un ojo puesto en el mercado: son temas que tiran al formato de simple (por el gancho melódico y la proliferación de coros femeninos) y que por lo tanto podrían funcionar aisladamente dentro de cualquier otro contexto.
El desairado hombre común del último disco aparece aquí reivindicado: los que están en los medios no son más felices ni mejores (Cristina Onassis) y el Don Nadie siempre tiene la chance de convertirse en héroe (El “Dioni” de Con un par); el propio Sabina se pone en la piel del ignoto (“El diario no hablaba de ti ni de mí). La mirada se torna más crítica, más seria, no hay tanto lugar para celebraciones.
Pero, si hay un signo que define Mentiras Piadosas es la recurrencia a la actualidad y el cosmopolitismo de los referentes (no hacía un año que el Muro de Berlín había caído), con lo cual, como en los collages vanguardistas hechos con papel periódico, su efimeridad quedaba asegurada más o menos un lustro después.
Sin embargo, este enfoque la valió más de una crítica: el genio poético de Sabina –decían- ya no abrevaba en la experiencia directa de la vida cotidiana sino en datos filtrados por los medios de comunicación. Como si esto fuera poco también hubo críticas en el sentido de que estaría volcándose a un sonido latino (en realidad hay un único tema, y uno de los mejores, Con un par, que tiene este tratamiento, por otra parte ampliamente justificado; en fin). Como remate, una mala perfomance en Las Ventas el 7 de setiembre de 1990 llevó a Sabina a plantearse su retiro. ¿Lo creen?
Musicalmente hay una vuelta a un sonido más limpio y fuerte de banda de rock, básicamente guitarra, piano, bajo y batería. Sin saturación de eco, ni preeminencia de sintetizadores. Los temas son lo suficientemente buenos conceptualmente para que no sea necesario mucho más. Inclusive los solos tienen un toque difuso, especies de puentes que llevan rápidamente al tema principal. La irregularidad métrica sugiere una gestación simultánea –la ideal- de texto y música. Es un sonido más personal, el de los discos anteriores estaba más ligado a su época.
Ah, es también el primer álbum donde Sabina empieza a dejar testimonio escrito (y cantado) de su novísimo romance con la Argentina.

La mirada a la actualidad se anticipa desde el tema de apertura, Eclipse de mar (de paso, uno de los que abrió el camino a Sabina en nuestro pais de la mano de Juan Carlos Baglietto). Une lo actual cosmopolita, omnipresente en el álbum, con la intimidad de la relación de pareja: París, Europa, Moscú pero también la alcoba. Se podría proponer que, si lo que ocurre afuera es malo (“...falló la vacuna anti-SIDA/(…) un golpe de estado ha triunfado en la luna y movidas así”), lo que ocurre intramuros es bueno. Una reivindicación del espacio íntimo (refugio ante los malos vientos) y del hombre común multitudinario, anónimo (¿de traje gris?), asumido como componente de lo oculto-cotidiano, muy en la línea de Detrás está la gente, de Serrat.
“Ay, amor, como siempre, el diario no hablaba de ti... ni de mí”. La idea del sujeto reclamando románticamente a los medios que se ocupen de su amor es de por sí lo suficientemente buena como para rellenar con noticias banales, pero Sabina hace uso de sus recursos poéticos (inversión lógica, exageración) para pintar una suerte de “waste land” mediático, una especie de “lectura irrealizada” a través del prisma deformante de la poesía. Los comienzos de las estrofas (“Hoy dice el periódico”, “Hoy dice la radio”, recuerdan los célebres versos de Lennon en A Day In the life (“I read the news today, oh boy”), otro tema catastrófico-profético.
La voz se mueve seria sobre una instrumentación sin batería (solo percusión) dominada por los arpegios de guitarra y piano. El sintetizador amaga a un solo que se diluye pronto. La mención de Dalí llama la atención sobre uno de los procedimientos que marcan la estética del álbum: el collage de imágenes efímeras.

Nota: El cine siempre ha sido un lugar idílico de encuentros inocentes y prohibidos (Juana la loca, Una de romanos, Juegos de azar). En eclipse de mar, en cambio los medios presentes son la TV o la radio y no hay romaticismo alguno, sino malas noticias.

Nota II: En la versión de Baglietto se encuentran estos versos inéditos: “Este cuarto sin medias ni besos/Este frío de agosto en los huesos como un bisturí” y “El otoño como una amenaza/El dolor de encontrar en las tazas huellas de carmín”.
Pobre Cristina enseña que los nacidos para perder no están en dependencia directa con el anonimato y la vida gris: “Era tan pobre, que no tenía más que dinero”. La frase, que resume el destino del personaje, la tomó Sabina de la propia Cristina Onassis en declaraciones a una revista. Más referentes provistos por los medios de comunicación y más actualidad (hacía poco que la rica heredera había fallecido de sobredosis en Argentina). El tema tiene algo de alegoría y de reivindicación de la vida común y corriente (“Vale más ser la hija de Fulano de Tal/Que la niña mimada de los ojos de Ari”) pero la mirada no es la del hombre común, sino la de alguien que conoce la realidad de la fama: “Solo yo sé que dice la pura verdad/Cuando jura que toda su fortuna daría…”. Un guiño biográfico, si se quiere. Una vez más, lo cosmopolita aparece con un signo negativo, en tanto hábitat del maltratado personaje: Grecia, Nueva York, Mónaco, etc. Algún verso ripioso (“Míralo en esa foto organizando un safari”) y otro altamente oportuno (“Con su cara de dólar ha amortizado varios maridos”) equilibran un texto llano y sin pretensiones poéticas (que por otra parte el personaje no amerita) a la manera de la crónica.
La banda se contiene mientras Sabina va desgranando los primeros versos (y al mismo personaje a medida que lo construye). Las guitarras en pleno precalentamiento anunciando el estribillo con segundas altas como gritos angustiados. El tema entra y sale del rock and roll sin perder tensión al son del distorsionador.

Llegamos a lo mejor del álbum: Y si amanece por fin es la versión acabadísima y definitiva del tema “sigamos follando más allá del amanecer” tan preciado por Sabina y ensayado previamente en temas como Locos de atar. Una vez más Sabina insiste en declarar el contexto de enunciación aludiendo al film Nueve Semanas y Media y sus estrellas, Mickey Rourke y Kim Bassinger, como forma de garantizarle sus canas a la canción aunque su atemporalidad está garantizada por una estrofa memorable: “La buena reputación/Es conveniente dejarla caer/A los pies de la cama/Hoy tienes una ocasión/De demostrar que eres una mujer/Además de una dama”. La conjura de la luz en relación con “comerse” al otro (“Se come con piel la manzana prohibida”) potencian el sesgo vampiresco del personaje erótico de Sabina. Un tema tranquilo con un colchón de sintetizador y dominado por el piano, la armónica y la guitarra, que trabaja los solos reforzando el clima existente, antes que saltando a un primer plano.

Con El muro de Berlín viene un nuevo salto a la primera plana. Sabina trasciende los pro y los contra inmediatos del hecho histórico y se instala en su simbología, alertando sobre sus inevitables consecuencias, una vez roto el equilibrio político este - oeste. Sabina se apropia de la mirada relativista y pragmática de los ´90 para satirizarla. De ese modo, lo que le quita al discurso del viejo militante de los 70´ (el del sujeto de Inventario) no es la denuncia, sino tan solo su patetismo. El sarcasmo humorístico y el buen rock and roll conjuran la posibilidad del tono pesimista. La mirada ante la debacle es irónica y superadora: “Y uno no sabe si reír o si llorar/Por lo menos que le pongan hash/A la pipa de la paz”. La visión de la gran aldea salta de oriente a occidente y suma nuevos nombres al Atlas geográfico: Moscú, Berlín, Nueva York, Hollywood, Bucarest. Hay un sonido seco, con la batería muy alta, típico de la new wave de los 80, arreglos de viento maso-maso y un solo de guitarra en el medio y al final. La estructura melódica es muy particular. El primer tema desaparece al promediar la canción, a partir de donde se alternarán octava media y estribillo.

Mentiras piadosas es una nueva intromisión en la alcoba, sin radio ni periódico, que suma nuevos axiomas a un discurso duro y frontal que Sabina irá construyendo sobre el amor: “la pasión, por definición, no puede durar”; “ciertos engaños son narcóticos contra el mal de amor” y “las caricias que mojan la piel y la sangre amotinan/se marchitan cuando las toca la sucia rutina”. Como además es el tema que le da título al álbum, es inevitable relacionar al desmitificador sujeto con el Sabina enunciatario de la obra; a la chica que no soporta la verdad y necesita contención, con el público y a las once canciones como dulces mentiras. La función balsámica del arte. La estructura melódica es muy particular. El primer tema desaparece al promediar la canción. Un rock and pop ganchón y llevadero. Con un par (Tema de Dioni) es el verdadero “peso pesado” del álbum, con sus más de cinco minutos y su complejo armado estructural. Algo así como la historia de “uno que la hizo en grande pero a lo bestia”. Una vez más la variable del crimen como “bella arte” ya explorada en Al ladrón, al ladrón, del disco anterior, como forma de enfrentamiento a los valores hipócritas de lo “legal”. El personaje es lo más querible de la galería: “Y un jubileta añadía puestos a incordiar/Que Madrid te debería, primo, levantar/Un busto en plena Gran Vía a cargo popular/(...) y todo el mundo asentía”. La anuencia no sólo es de sus compadres, sino también del narrador: “La de noches que he dedicado yo a planear/Un golpe como el que diste tú con un par”, dice en un verso que le debe bastante a Mezo Bigarrena. Buena parte de la fuerza expresiva de Sabina reside en su habilidad para cargar a la historia con connotaciones oblicuas desde la descripción. En este caso el “Nariz a lo Indiana Jones…” ilumina la idea de aventura del relato, que, dicho sea de paso, está basado en un hecho real. De España a Brasil (Río, Copacabana), la mirada globalizada no afloja; sin embargo el lenguaje tiene una fuerte inflexión local, de “lunfa” madrileño, que redime un poco tanta estandarización.
Un ritmo de salsa que rompe con el estilo rock and pop del álbum. Aquí hay mucho piano y vientos que se acaban adueñando del ambiente.

Corre, dijo la tortuga marca un momento de profunda instrospección que contrasta con la textura mediática del álbum. Un homenaje al yo-otro y una mirada intimista por primera vez en lo que va de la obra. Podría haber nacido como un ejercicio de escritura sobre la base de la paradoja. Lo cierto es que la enumeración (“Corre, dijo la tortuga/Atrévete, dijo el cobarde/Estoy de vuelta, dijo un tipo/Que nunca fue a ninguna parte/Sálvame, dijo el verdugo/Sé que has sido tú, dijo el culpable”) configura una realidad absurda (como la de Eclipse de mar) ante la cual el sujeto se repliega sobre sí mismo: “Déjame solo conmigo, con el íntimo enemigo que malvive de pensión en mi corazón”. Es un tema de digestión lenta, tal vez por ser demasiado complejo en el planteo de dualidad-de-egos-que-todos-tenemos: “A ti te estoy gritando, a ti/Que estás metido en mi pellejo/A ti, que estas llorando ahí/Al otro lado del espejo/A ti, que no te debo/Más que el empujón que anoche/Me llevó a escribir esta canción”. Un buen ejemplo de lo autorreferencial no necesariamente autobiográfico.

El sintetizador se luce irrumpiendo en el estribillo, hay un buen trabajo de la guitarra y sobre el final tiene un solo más definido que los restantes temas. Eso sí, los coros hubieran necesitado otra toma. De Diego hace gala de un dominio melódico “in extenso”, que lo pone lejos de las bandas de rock y lo acerca al status de un compositor reconocido como tal.
El recorrido geográfico hace escala por primera vez en Buenos Aires en Con la frente marchita un sentido homenaje a los desaparecidos y sus Madres de Plaza de Mayo, (De paso, nos anotamos varios porotos en la galería de celebridades: Evita, Gardel, Borges, el “Che”). Relación de una pérdida, (¿homenaje a Lucia, su primera esposa, de nacionalidad argentina?) con leve sesgo de historia de desaparecidos, vuelos de la muerte incluídos (“Ojalá que estuvieras conmigo en el Río de la Plata”), aunque la historia no es totalmente clara por momentos. Da la impresión de que la chica desapareciera luego del fin de la dictadura. El bandoneón llega en el solo (bien secundado por el bajo) y se queda hasta la despedida final; la percusión es sutil en la melodía principal y con furia en el estribillo.

Ataque de tos es un rocanrol desintoxicante. Una broma pasatista con algún palito de pasada a lo institucional (en especial lo sacramental religioso). Con todo, la melodía es sumamente generosa para el género. La tos como una variable de mecanismo de defensa, que en otros casos revestirá otras formas (emborracharse en Carguen, apunten, fuego, el conjuro en La canción de las noches perdida, todas las poses de Manual para héroes y canallas.). El antecedente puede ser Incompatibilidad de caracteres: “Siempre que la quiero besar me lo impide un violento ataque de tos”. Tal vez el tono de comedia llevó a Sabina a desarrollar una historia alrededor de la frase. Pasa como una broma pero es más, aunque esté ubicado en un lugar desfavorable.

Con medias negras es una narración de ritmo sostenido en la cual el sujeto cuenta una historia de cazador-cazado: la chica que conquista y lleva a su cama termina desvalijándolo Un poco echar un cable a tierra a esa imagen autoconstruída de tipo ganador. Sabina lleva a su personaje hasta el límite de su arrogancia (“Y yo que nunca tuve más religión que un cuerpo de mujer…”) para hacerlo caer al final. La intimidad con marginales (“Salí ayer del talego”) por una vez termina mal: “Estaba solo cuando/Al día siguiente el sol me desveló/Me desperté abrazando/La ausencia de su cuerpo en mi colchón/Lo malo no es que huyera/Con mi cartera y con mi ordenador…”, aunque hay que reconocer que el sujeto se mantiene fiel a sus creencias hasta último momento: “Peor es que se fuera/Robándome además el corazón”.
Es el momento más acústico del álbum. Típico de las canciones compuestas totalmente por Sabina: un estribillo retraído, ligera variación del tema central compensado con la magnífica historia que se cuenta.

Ponme un trago más y A ti que te lo haces, junto con Ataque de tos no figuran en la versión en LP editada en Argentina. Lo cierto es que “suenan” a bonus track y no parecen haber sido gestados con el resto de los temas, lo cual no les resta mérito artístico. El primero, justamente, es una auténtica joyita, un jazz de bodegón llevado con dejadez por el piano y los vientos, a la manera de la futura Canción de las noches perdidas. Aborda el tema de los “buenos borrachos”, que Sabina revisitará en Enemigos Intimos y anticipa la situación de “charla de bar” de Y nos dieron la diez, del siguiente disco. Impecable cabeza de ratón. El segundo tiene una onda slide-hawaiana que lo hace apto para un cierre calmo. Un homenaje a una mujer fuerte, de esas que le gustan a Sabina. Es un tema segundón, nada memorable, que funciona bien como cierra. Ah, hay una excelente guitarra.