viernes, 29 de junio de 2012

19 DÍAS Y 500 NOCHES - La perfección de la forma.

19 DIAS Y 500 NOCHES (1999)
Ahora que (Sabina-Varona-Bastante) 6:49 – 19 días y 500 noches (Sabina) 4:45 – Barbi Superestar (Sabina) 6:37 – Una canción para la Magdalena (Sabina-Milanés) 4:15 – Dieguitos y Mafaldas (Sabina) 5:35 – A mis cuarenta y diez (Sabina-Oliver) 7:11 – El caso de la rubia platino (Sabina-Stivel-Berro) 4:50 – Donde habita el olvido (Sabina-Varona-García de Diego) 3:32 – Nos sobran los motivos (Sabina-Stivel) 4.34 – La biblia y el calefón (Sabina-Stivel) 3:03 – Pero qué hermosas eran (Sabina-Oliver) 7:29 – De purísima y oro (Sabina-Oliver) 4:52 – Como te digo una “co” te digo la “o” (Sabina-Oliver-Véliz) 8:41 – Noches de boda (Sabina) 4:42.

Producción: Alejo Stivel.
Músicos: Joaquín Sabina (voz y guitarra), Antonio García de Diego (guitarra), Quique Berro (coros y guitarra), Josú García (coros y guitarra), José Antonio Romero (guitarra), Antonio Cortez Barullo (guitarra), Bret Rader (guitarra y programación), Marcelo Fuentes (bajo), Fernando Samalea (batería y percusión), Adrián Schinoff (teclados), Efraín Toro (percusión), Belén Guerra (cello), Danyan Abad (tres), Lulo Pérez (trompeta), Norman Hogue (trombón), Jum Kashisham (trompeta), Cándido Mijares (saxo), Antonio Serrano (armónica), Nick Ingman (dirección orquestal y arreglo de cuerdas), Gavyn Wright (violín),Lulo Pérez (arreglo de metales), Alejo Stivel (coros), Olga Román (coros), Cristina Narea (coros), Penélope Solís (coros), Verónica Pajares (coros).

Durante los tres años que median entre Yo,Mi, Me Contigo y 19 Días y 500 Noches, Sabina trabó contacto son el Sub-Comandante Marcos, se entrevistó con Fidel Castro y terminó su relación con Cristina Zubillaga.
Sin embargo en lo que hace al resultado artístico de este disco, los hechos más importantes tienen que ver con la Argentina. Por un lado, su relación con Paula Seminara, con la cual vivió un largo romance que, como debe ser, terminó mal, marcó a fuego la concepción de las canciones, donde, como nunca se instala el sentimiento de pérdida. Hay una fuerte impronta de lo recientemente vivido. Algunos textos están fechados con día, mes y año; lo cual habla de una producción compulsiva, motorizada por la pasión. Sin embargo, como contrapeso, la tradición inaugurada en Física y Química de instaurara a la mujer perdida como alocutario (lo cual ofrece al oyente una perspectiva dramática donde el desgarro se revive y se actualiza de manera más teatral que poética) es abandonada aquí por una situación enunciativa donde la chica se convierte en referente -se habla de ella y no a ella- lo cual genera una identificación del oyente masculino como confidente.
Por otra parte, teniendo en cuenta que en la colaboración artística junto a Fito Paez, Sabina ya había prescindido de la colaboración con Pancho Varona y Antonio García de Diego, la presencia de Alejo Stivel en la producción y de Antonio Oliver en la de co-autoría y arreglos marca el fin (temporario) de la sociedad con sus acostumbrados laderos (Pancho ni siquiera participa como músico, aunque persiste en la lista de agradecimientos).
Posiblemente la definitiva imposición del formato de compact-disc, con su duración superior a la del viejo y noble vinilo haya influido en la decisión de Sabina de aumentar paulatinamente el número de canciones por disco. Habían sido trece en los dos anteriores y catorce aquí (aunque una es casi nominal).
Hay temas que hablan del paso del tiempo como cosa a ignorar (Tan joven y tan viejo) y otros donde éste ha dejado su huella para bien y para mal. Ahora que se mueve de manera caleidoscópica. El sujeto pasa de hablar de sí mismo a hablar de todos, “ahora” son los cincuenta años, o los cuarenta o los treinta… y por supuesto, el nuevo milenio. Un espacio ambivalente que mezcla lo externo de la realidad mundial y lo interno de la óptica del sujeto que evalúa, al tiempo que reflexiona. Desde esta perspectiva lo que resalta es la asunción de una respetabilidad (sí, finalmente) al tiempo que un estado de gracia, marcado por la madurez y el equilibrio en la parte sentimental: “Ahora que las tormentas son tan breves/Y los duelos no se atreven/A dolernos demasiado” o “Ahora que sin saber hemos sabido/Querernos como es debido/Sin querernos todavía”. Un sujeto en retirada a una domesticidad que recuerda a la de Juez y parte (“Ahora que nos besamos tan despacio, ahora que aprendo bailes de salón”) pero que al mismo tiempo está más allá de muchas cosas y sobre el cual la realidad ya no hace tanta mella (“Ahora que no me mido con los demás”).
Así como el “ahora” es distinto del “antes”, también el “adentro”, sabio y medido, es distinto del “afuera”, extraño y agresivo: “Ahora que está en la luna la policía/Ahora que explotan los coches…”. A nivel del comentario social podría ser una segunda parte de Eclipse de mar, un tema de decepción, con un enfoque más subjetivo y maduro.
Un tema sólo posible desde el espacio enunciativo de alguien como Sabina, con su importancia, influencia y prestigio. Hay algo de “yo mirándome a mí ahora mismo a la vista de todos”. De hecho reitera el egocentrismo de Enemigos Intimos, en el sentido de volver sobre su propia obra:
“Ni recorto el crucigrama” (Calle melancolía) o “Ni sobre mojado llueve todavía” (Llueve sobre mojado).
Una excelente apertura que anuncia la temática básica del álbum: volver a empezar después de una pérdida. La española y la acústica se ponen líricas secundando la voz, luego se diluirán en una mezcla que acumulará instrumentos para terminar a todo sonido.

En 19 días y 500 noches tenemos una voz más reconocible: la narrativa. Otra historia marcada por la lógica sabiniana de las relaciones amorosas: idilio, rutina y pérdida, para luego olvidar –en este caso vía reviente: “Y fui tan torero por los callejones/Del juego y el vino, que ayer el portero/Me echó del casino de Torredolones”. La única vuelta de tuerca, a esta altura, para no caer en la reiteración, consiste en burlarse de sí mismo; satirizar las cristalizaciones, los lugares comunes del propio discurso. Así, si lo lógico en las historias de pérdida era que el sujeto arruinara todo para luego lamentarse, aquí, por primera vez, el abandonado confiesa que se trata de un caso distinto: “Tenían razón/Mis amantes en eso de que antes el malo era yo/Con una excepción/Esta vez yo quería quererla querer y ella no”.
¿Lo mismo pero distinto? De todos modos el tema se lleva las palmas en el aspecto formal. El estribillo arroja una sucesión vertiginosa de consonánticos que impresiona. Posiblemente Sabina nunca alcance el status oracular de de Silvio Rodríguez. Su poesía se ubica más en el lugar de lo impactante por endemoniadamente bien hecho. Es, en este sentido, potente y efectivo. A la autoimagen construída de Casanova le corresponde una potencia poética que la hace creíble.
Mucha guitarra, mucha percusión para lograr el aire flamenco. La segunda voz, de mujer, es en unísono.
Dijo Sabina: “nació como canción de encargo y tenía que situarme fuera. Cuando compones así te expresas con mayor desfachatez, te encarnas en otro. Pero esta rumba me atrapó y me la guardé (…). No ha quedado perfecta, me fallaron las gitanillas, pero veo que conmueve incluso a gente poco rumbera.” Si fue por encargo (no pensada originalmente para el álbum), al revisarla, Sabina debe haber notado que se ajustaba perfectamente al clima “tanguero” del álbum, en el sentido de presentar sujetos que se quejan por el maltrato de la “mina”, sin nunca llegar al menosprecio, claro está.
El tema fue prohibido en México por los versos que involucran al Santo Sacramento.

En Con Buena Letra Sabina comenta que Barbi superestar es “Princesa, 20 años después” (también podría ser Ring Ring Ring). Los mismos pros y contras del tema anterior: si no agrega nada nuevo en lo temático, al menos es una versión más preciosista y acabada. En el primer verso hay un manejo de la descripción inédito, un plus de significado que funciona a manera de flashback del pasado de la heroína. “Tenía los pies diminutos unos ojos color verde marihuana”. La historia –perfectamente sintetizada- de una chica demasiado fuselada como para no explotarlo (“pezón de fresa, lengua de caramelo, corazón de bromuro”), con uno de los fines previsibles que tales destinos acarrean: el callejón. La comparación Barbi-Rayo Vallecano (ambos bajados a segunda) remarca el sentido que tales estrellitas adquieren para su entorno en la era de los medios y del consumo humano: “Se masticaba en los billares que el Rayo había bajado a segunda/Por la M-30 derrapaba el caballo de la desilusión”. Este último verso ilustra la capacidad creciente de Sabina de concentrar significado. Por un lado “caballo” como droga fuerte (paliativo contra la desilusión), asociado con la velocidad (recordemos que Barbie “levitaba en la Harley de un chulo de playa”), asociado con la transgresión de ver un jinete en una autopista. El simple hecho de descolocar un elemento (un caballo donde debería ir un auto) genera toda una explosión semántica que aporta tanto a la construcción marginal del personaje como al clima depresivo del que surgen tanto ella como el sujeto que la amó y admiró desde la escuela y que finalmente la tiene a su nivel luego de la caída. “Ayer, hecha un pingajo me dijo en el tigre de un bar/¿Dónde está la canción que me hiciste cuando eras poeta?/Terminaba tan triste que nunca la pude empezar”. La rubia Mireya, en versión Sabina, a medias entre la crítica y la celebración.
Retrospectivamente, desde el plan total de la obra, marca un bajón de tensión necesario e inevitable. Puede funcionar como relleno para Sabina al mismo tiempo que podria significar un tema central para cualquier otro.

Una canción para la Magdalena (o “La última tentación de Cristo” hecha canción) es, como el título lo sugiere, la ofrenda obligada a las “damas de noche”, es decir, nuevamente, nada realmente nuevo. Y tampoco es nuevo que, una vez más, se trate de una revisitación superadora de las anteriores. Y sí. Sabina puede realizar veinte veces la misma jugada porque lo hace con una maestría que justifica las repeticiones: “Acércate a su puerta y llama/Si te mueres de sed/Si ya no juegas a las damas/Ni con tu mujer”. Esta celebración es LA celebración total y definitiva. No es cualquier puta, es la puta bíblica (“en casa de María, de Magdala”) que enamora al Creador (“el hijo de un Dios, una vez que la vio, se fue con ella”) y que, instalada en un presente de luces rojas y gasolineras, le otorga un status de atemporalidad. Una gran puta es todas las grandes putas.
“Si a media noche por la carretera que te conté”, nos lleva a los épicos versos de Esta noche contigo, pero esta vez el alocutario es el oyente masculino. Todos los guiños son dirigidos a él, como el genial “si llevas grasa en la guantera y un alma que perder”. Es la comunidad el infiel, de “los malos maridos” del disco anterior. Acaso no haya otro tema donde la mujer común y corriente quede tan desairada e ignorada como en este. Pablo Milanés se encargó de la música y puso el moño a un excelente regalo sonoro. El tema le debe mucho. Arranca con acústica y criolla, luego se le agrega el sintetizador y más tarde los cellos. La 2º voz se adelanta un par de versos al obligado estribillo.

Sabina dijo alguna vez en una actuación en vivo que era un gran obsecuente. Su “feeling” con la Argentina parece sincero y posiblemente tenga auténtica simpatía por Boca Juniors, porque en realidad a esta altura no necesita trucos bajos para un público que le es enteramente fiel y cada vez más numeroso. Bajo estas condiciones Dieguitos y Mafaldas es espasmódico, conyuntural, casi una noticia en las revistas del corazón en un contexto doned el abandono y la soledad están tratados de manera más profunda y menos circunstancial. Un tema de calentura al cual posiblemente le falte aliento con el correr del tiempo. Coherentemente fue el tema “para vender” (en Argentina), el que salía incluído en el afiche del disco y el que traía “la historia de la vida real” (su noviazgo con la argentina Paula Seminara) y resumaba íconos (además de Mafalada y Maradona, el sujeto mujeriego, el abandonado, Sabina artista, etc.). A su favor digamos que está bien hecho, tiene gancho, es inteligente y además se despacha con una rima en “ex”: “…se rajó con un pibe/que le prohibe a mi ex ir a verme al Gran Rex/Cuando estoy de visita”.
Un fondo bien español con una incrustación porteña, el bandoneón de Fernando Salamea, simbolizando el romance Sabina-Paula. En la segunda parte, la típica coda extendida de Sabina, la entrada de los bronces desembocan en un son cubano (teritorio neutral al fin y al cabo). Seguramente fue agregada tiempo después, una vez finalizada la relación, como forma de actualizar la historia.

¿Cuánto de las críticas a Dieguitos… tienen que ver con la comparación inevitable –por continuidad- con A mis cuarenta y diez? Esta sí es una canción de putísima madre, tan autobiográfica como la anterior, pero atemporal, neurálgica. Una vez más el tema es revisitado y una vez más supera la versión anterior, la insuperable Tan joven y tan viejo. Desde el título se marca la continuidad temática. Pero diez años más en la cuenta hacen que el tema de la muerte se aborde más seriamente, es decir, con un humor a la Groucho Marx: “Y si a mi tumba os acercais de visita/El día de mi cumpleaños/Y no os atiendo, esperadme en la salita/Hasta que vuelva del baño/¿A quién le puede importar/Después de muerto, que uno tenga sus vicios?/El día del juicio final/Puede que Dios sea mi abogado de oficio”. A esto hay que sumarle el clima perfecto que consigue Sabina en este tipo de temas y la vuelta de tuerca de la (auto) referencia a la no comercialidad de la canción: “Pero sin prisas (…) que el cura que ha de darme la extremaunción no es todavía monaguillo/que para ser comercial a esta canción le hace falta un buen estribillo”. Por primera vez la muerte para Sabina alude a la muerte artística, y no en el sentido de la fama (como en Pasándolo bien) sino de la creación. Y por primera vez se pone serio y torea a sus antagonistas, cuando lo natural hasta entonces había sido ironizar sobre su carácter mercantilista, de escritor por encargo. Nunca siete minutos parecieron tan cortos. Y sí, un tipo así merece no morirse nunca. La primera parte con acústica y armónica suena al Dylan de Pat Garret y Billy The Kid. Sabina se dobla a si mismo. La segunda parte ya tiene a la banda en pleno y una 2º voz femenina.

La mención al Corto Maltes en Barbie Superestar acaso sea una pista que preanuncia la llegada de El caso de la rubia platino, otra historia ambientada en los bajos fondos, esta vez del imaginario policial, con su genial narrador a lo Marlowe que cuenta su historia de enamoramiento y traición con la efectividad de un film en blanco y negro, con claroscuros y posiciones de cámara  imposibles. Una letra perfecta, bastante original, aunque se le pueden reconocer algunas herencias, como el sujeto que declara ante el juez (Ciudadano cero) y que además es un representante de la ley (She came in through the bathroom window, de los Beatles). Los logros más acabados tienen que ver con la capacidad de Sabina de desplegar todo un ámbito (el de la repesentación hollywoodense del policial negro): “Ninguna zorra vale ese dinero/Pensé mientras dejaba mi sombrero/Nuevo en el guardarropa”. Uno parece estar viendo y oyendo a Humphrey Bogart, con su estilo cínico y despreocupado. Tal es así que la historia ni siquiera tiene una conclusión detectivesca, no la necesita, basta con saborear el género. La instrumentación rock and pop se mantiene en un plano discreto (no siquiera hay solo) para no interferir el devenir de la historia. Sabina se dobla a si mismo.
Es un tema para que hablen las guitarras –distorsionador mediante- sobre un ritmo trabado. Una vez más Sabina canta en doble registro. En
Donde habita el olvido es la única colaboración del trío de oro (Sabina-Varona-De Diego) y otro tema de pérdida mal digerida para la colección. Aquí no hay escape hacia el reviente ni tono cínico. La chica pasó, no se la retuvo y se la extraña. (“los besos que perdí, por no saber decir: te necesito”). Hay dos inversiones de situaciones clásicas en Sabina: en esta ocasión el encuentro ocasional pasa su factura y es la mujer la que huye “a la francesa” y no el hombre. Como una superación del viejo sujeto, hay un reconocimiento del dolor. Hay tristeza. La vaguedad expresiva abre la posibilidad de una pérdida irreversible: “Desde el balcón la vi/perderse en el trajín/De la Gran Vía/(…)La pupila archivó/Un semáforo rojo/Una mochila, un Peugeot...”. El mismo sistema utilizado en Con la frente marchita. Como los trágicos griegos, Sabina es pudoroso ante la muerte, nunca se la muestra, a lo sumo se la sugiere. La historia recurre a clichés (una vez más la imagen del sol invasor del Drácula-amante), lo cual le resta efectividad.
Instrumentalmente parece un poco apresurado. Hay un lejano aire de bossa nova en el marcado de la guitarra, el saxo y el violín ponen toques personales. Es un espacio diferenciado dentro del contexto general. Hubiera sido un tema central en Hotel, Dulce hotel, es, sin embargo, un relleno en este disco; lo cual es un índice de la madurez artística que Sabina alcanzó en poco más de una década.

La biblia y el calefón fue un tema hecho por encargo para el programa homónimo de Jorge Guinzburg (uno de los primeros en darle cabida a Sabina en la TV argentina). Fuera del rol de cortina televisiva no tiene vida propia. Demás está decir que fue un error incluírlo en un disco de catorce canciones, trece de ellas muy buenas, en especial cuando el corte de promoción ya estaba más que asegurado con Dieguitos y Mafaldas. Otra vez Sabina se dobla. Hay arreglos de viento.

El álbum recupera su memoria con la soberbia Nos sobran los motivos, dedicada a Paula, la misma heroína de Dieguitos... pero más profunda y desesperada y con un nivel metafórico de puta madre: “Este sueño que sueña que se despierta/Esta caracola muerta/Sin la gramola del mar”. Otro tema de pérdida de dudosa recuperación. Aquí el sujeto logra un equilibrio perfecto entre la asunción del dolor y la puesta de pie: “Por las arrugas de mi voz se filtra la desolación, de saber que estos son los últimos versos que te escribo”. Un riff insistente y una instrumentación densa, construyen una tensión que se resuelve al final de cada estribillo, donde se suma una voz femenina muy alta en unísono. El ritmo es contagioso y de una sensualidad centroamericana.
El tema tiene una versión alternativa, Cerrado por derribo, con otro texto pero el mismo formidable estribillo. Las referencias textuales (“el invierno en Mar del Plata”) sugieren que también fue inspirado en Paula.

Si bien el ritmo de vaudeville para el tratamiento burlesco se ha convertido en una marca serratiana a partir de clásicos como A usted o Yo me manejo bien con todo el mundo, el modelo de Pero qué hermosas eran parece estar en Bob Dylan´s Blues de The Freewhelin’, con su extensión infatigable y su irregularidad métrica. Abre un espacio enteramente novedoso en el álbum (y en el repertorio de Sabina). Con una producción impecable, en los límites del género radioteatral, impresiona por su buena hechura aunque no ahonde en nada en concreto.Explotando la zona discursiva del machismo tradicional, combina el buen humor (equilibrando el tono serio del álbum), la excelencia narrativa (en este caso una historia de desventuras amorosas) y la acidez, para un tema que se deja escuchar a pesar de sus 7:30 minutos. Una señal de madurez y confianza compositiva. El texto se acomoda a un motivo melódico amplio y laxo. La instrumentación pasa de un vaudeville llevado por las acústicas a una banda en pleno con vientos y violines y efectos de aplausos y ladridos a la Sgt. Pepper´s.

La descripción es una trama poco frecuentada por Sabina, pero en la cual se mueve con la misma comodidad que en el relato, como indica la primera estrofa de De purísima y oro que por sí sola nos mete en el cuadro costumbrista del (según rezan los créditos) Madrid de Agustín Lara: “Academia de corte y confección/Sabañones, aceite de ricino/Gasógeno, zapatos topolino/El género dentro, por el calor”. El tema se sustrae a las coordenadas básicas del álbum: aquí y ahora, para hacer un viaje nostálgico (aunque sin nostalgia) al corazón de la España franquista. Sabina es hábil al mantener el comentario ideológico al margen. Los hechos hablan por si mismos: “Y en un barquito Miguel de Molina se embarca camino de ultramar” o “por Ventas madrugaba el pelotón”. El resto es una pintura romántica. Y la lección sería que todo puede tener su encanto.
Las guitarras sostienen con aire gracioso la voz de borracho de madrugada de Sabina (en doble registro), creando un clima de puntillas y crucifijos, de tarde en un patio antiguo. Una perla.

Como te digo una “co” te digo la “o” repite el concepto liviano y humorístico de Pero que hermosas eran. Vuelve a abrevar en el ideario popular y crea personajes convincentes, con vida propia, aún a costa de suspender el propio juicio como en el comentario crítico sobre Cuba. Sabina explota su habilidad para los diálogos, en este caso entre dos comadres, y entre párrafo y párrafo (bajo la segura piel del bufón) desliza alguna que otra verdad sobre la religión, la política o las vacaciones. (Al referirse al rey Juan Carlos, el texto dice: “y el pedazo de reina que lleva detrás, que no se despeina”). Claro está que dura 8 minutos y medio y el ritmo rapeado se hace un poco denso por momentos. Hay un riff de fondo que se mueve de punta a punta y una percusión potente, pero es básicamente un tema de voces (y de edición de voces) que alcanzan distintas texturas, registros y armonías. Es el primer final, bien arriba, que será seguido por un anticlímax, más serio y testimonial, en este caso Noches de boda, un himno por el estilo de Jugar por jugar (en la intención) que también le debe bastante a La canción de los buenos borrachos (en el clima y el tratamiento). Un rosario de buenos deseos, de deseos de vida con introducción y voz de Chavela Vargas, compartiendo verso y verso con Joaquín y el coro de juerguistas. Es más emotivo que poético, más cliché que hallazgo, pero vale. La guitarra acompaña emocionada mientras un saxo pinta filetes al fondo. Es uno de los preferidos de Joaquín.

No hay comentarios:

Publicar un comentario