viernes, 29 de junio de 2012

ALIENACIÓN.

Un primer enfoque, el de Inventario, presenta la alienación como una cuestión generacional, fruto de la represión de las políticas de Franco: “Nos enseñaron a temer la noche/ Nos enseñaron que el placer es malo”. Luego, una vez que el Sabina-ídolo se constituye como ente individual (la gesta testimoniada en Nacidos para perder), la alienación pasa a ser un atributo de la vida de los hombres de traje gris, con sus empleos rutinarios y mal pagos: las secretarias de Caballo de cartón y Lágrimas de plástico azul con “el sueño del revés y un futuro sin mañana”. En tal sentido la franja horaria del despertar y el aprestamiento para la jornada de trabajo reciben especial atención en temas como Locos de atar, Los perros del amanecer o Las seis de la mañana: “La vida huele a serrín y a sueldo de camarero”. La alusión al dinero no es casual ya que lo que aliena es una forma de relación humana signada por la lógica de acumulación del capitalismo. Esto depara un escenario donde los explotadores no la pasan mejor que los explotados, tal como muestra el retrato de Cristina Onassis: “era tan pobre, que no tenía más que dinero” (Pobre Cristina).
Otra forma de la alineación en Sabina se relaciona con la convivencia y la domesticidad prolongadas, variables, al fin y al cabo, de la idea de la posesión y la propiedad privada, en este caso del otro. Pero la mirada de Sabina es en todos los casos indulgente, el ser humano es víctima del sistema que ha creado: “Ni inocentes ni culpables, corazones que desbroza el temporal, carne de cañón” sentencia en la magnífica Amor se llama el juego.
Por último, la alienación es un componente clave de la gran ciudad moderna donde “los pájaros visitan al psiquiatra” y “hay una jeringuilla en el lavabo” (Pongamos que hablo de Madrid). Sabina ha obtenido las mejores imágenes de su repertorio en su afán de comunicar su visión de este espacio, desde “la fruta de sangre crecida en el asfalto” de Calle Melancolía o las “estrellas cancerosas” de La torre de Babel hasta el “pájaro herido envuelto en papel celofán” (Corazón de neón).
En tal sentido el “ciudadano cero”, que dispara a mansalva contra los transeúntes, no es más que un alienado que elige responder. Pero su movida premeditada no deja de responder a la lógica de aquello que ataca, en este caso, la influencia de los medios de comunicación: “se puso chaqueta, pensando en las fotos”. Apenas una diferencia de grado marca el gesto del ladrón de Qué demasiao! el cual, si bien no ha premeditado su salida en los medio, tampoco los desdeña: “Pero antes de palmarla se te oyó decir ‘Qué demasiao!/de esta me sacan en televisión’”.

Vida moderna
Muerte del mundo romántico (del bucolismo en la espídica ciudad, la ciudad del riesgo en cuyas autopistas nadie se atreve a conducir sin cadenas), relativismo ideológico (el dinero, mnjel único Dios verdadero), peligros acechando (deberes y rutina) cuyos remedios constituyen nuevos peligros (adicciones). La vida moderna en Sabina es la locura, el delito y el suicidio, mostrados en sus efectos pero rara vez en sus causas (una excepción puede ser La casa por la ventana), tal vez porque Sabina prefiere la acción y las tramas de escritorios, los acuerdos, los contratos que articulan la telaraña neoliberal poseen una lentitud y rigidez mortales sólo útiles para la enumeración obsesiva de El rap del optimista: “Hasta que llegó el verano y les presentaron a un locutor/Que tenía un amigo arreglista que era vecino de un productor/Casado con una teclista, muy vanguardista/Que era la amante, de un elegante representante/Que tiene un socio con mucha vista/Pa' hacer negocio con los cantantes”. Es mucho más entretenido narrar la peripecias del asesino serial de Ciudadano Cero o de la Banda del Kung Fu con su final de huevo de serpiente, tímida alusión al sistema capitalista (“podrán dormir tranquilos otra vez/ahorrar unas pesetas cada mes”).
La actitud ante la realidad evolucionó de un vivir y dejar morir (“Por lo menos que le pongan hash a la pipa de la paz”) a la profecía apocalíptica de Esta Boca es mía:
“La guerra que se acerca estallará/Mañana lunes por la tarde/Y tú en el cine sin saber/Quién es el malo mientras la ciudad/Se llena de árboles que arden/Y el cielo aprende a envejecer”. Es en parte una mirada que se permite coquetear con la filosofía posmodernista: “Y no permitir que me coman el coco/ Esas turbias movidas de Croatas y Servios”. Tiempos triviales. En consecuencia el ser humano en la vida puede derivar entre la desventura (No soporto el rap) y el crímen (Ciudadano Cero).
Lo inestable del equilibrio que lleva a un destino ideal (únicamente concebible como utopía motora) genera el disconformismo propio del sujeto Sabina. Consecuentemente el escenario donde se desarrolla la aventura cotidiana, la ciudad, es concebido en término de amor-odio resueltos en una aceptación final.

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