viernes, 29 de junio de 2012

HOTEL DULCE HOTEL - Nuevo cambio de rumbo.


HOTEL, DULCE HOTEL (1987)
Así estoy yo sin ti (Sabina) 5:06 – Pacto entre caballeros (Sabina-Batanero-Varona) 4:04 – Que se llama soledad (Sabina-Martínez) 4:58 – Besos de Judas (Sabina) 4:05 – Oiga, doctor (Sabina) 3:20 – Amores eternos (Sabina) 3:55 – Mónica (Sabina) 4:02 – Cuernos (Sabina-Batanero) 3:56 – Hotel, dulce hotel (Sabina-Martínez-Varona) 4:25
Duración total: 38:13.
Grabado en los estudios Eurosonic de Madrid.
Ingeniero de sonido: Jesús Gómez.
Producción: Joaquín Sabina y Jesús Gómez.
Arreglos: Sabina y Viceversa.
Músicos: Joaquín Sabina (guitarra acústica y voz), Pancho Varona (guitarra eléctrica y acústica), Manolo Rodríguez (guitarra eléctrica y acústica), Paco Beneyto (batería), Jesús Gómez (batería programada), Tito Duarte (percusión), Javi Martínez (bajo y coros), Andrés Prittwitz (saxo y clarinete), Pepe Nuñez (trompeta), Jim Kashisian (trombón), Javier Losada (teclados), Teri Carrillo (coros).

Bueno, también he hecho Hotel, dulce hotel. A mí siempre me han gustado mucho los hoteles, porque son anónimos, porque se encuentra uno gente por los pasillos, por los ascensores, porque llamas y te suben un whisky, porque propicia mucho más la cana al aire que en la casa de uno... A mí me gustan mucho y concretamente éste me parece una maravilla.
¿Qué tiene de distinta la cama de un hotel de tu cama?
Que no es el lecho conyugal...
Que hay pecado.
¡Claro! Que puede haberlo aunque no lo haya. También hay películas porno en los hoteles... ¡en fin!


En el lapso de tiempo que media entre Juez y Parte y Hotel, Dulce Hotel, Sabina perdió a su padre –el honrado inspector de policía que le inculcó el amor por la poesía-, se separó de su esposa Lucía, presentó su segundo libro “De lo cantado y sus márgenes”, vio publicada su biografía en la célebre colección “Los Juglares” (donde ya estaban Serrat, Victor Manuel, Brassens y otros…), colaboró en un film de Mario Camus. No poco para llenar dos largos años.
Sin embargo falta mencionar el hecho más importante: el 14 y 15 de enero de 1986 se presenta en el Teatro Salamanca de Madrid. Fue como la noche del London Palladium para los Beatles. Sabina dejó de ser el mejor de los marginales y pasó a ser un artista respetable y de renombre definitivamente (que es mejor y peor decida cada uno). De la grabación de esas noches memorables es el doble en vivo “Sabina y Viceversa”.
En consecuencia el Sabina que se aprestó a encarar Hotel, Dulce Hotel, era otro, emocional y artísticamente.
Es el disco con menor cantidad de canciones: nueve.
Tal como el propio Sabina declara en los créditos las canciones fueron escritas entre Madrid y la Isla de Hierro y están dedicadas todas a mujeres, aunque hay menos romanticismo del que se pretende. Al parecer una periodista le habría señalado el detalle de la ausencia de canciones de amor en su repertorio y así, el disco habría surgido bajo la consigna de saldar esa deuda. También confiesa “prestamos” a Scott Fitzgerald, Camilo J. Cela (Oiga, doctor), Manolo Tena (Mónica) y Paco Umbral (Así estoy...). Un disco romántico-literario? Si en Juez y Parte la domesticación del sujeto se percibía en los textos, aquí ha contagiado la parte musical.

En Hotel dulce hotel los retratos en tercera (de chicas) siempre involucran al sujeto, a diferencia de los anteriores (Que demasiado, Balada de Tolito). Hay dos clases de mujeres en este harén: las que dejan al sujeto con el alma en la mano (canciones de amor) y las que necesitan ser convencidas de ir a la cama (canciones de sexo). En medio, la historia de Pacto entre caballeros como para cortar.
Musicalmente hay una continuidad del sonido general “lleno” de Juez y Parte (un poco más pulido). Sabina mantiene la sesión de vientos y el trabajo cuidado en las armonías.

El disco empezaba con un, a la postre, clásico: Así estoy yo sin ti. Acaso haya marcado un punto de inflexión en la carrera de Sabina, con un sonido más pulido e inclinado a lo melódico-sentimental, tendiente a captar un público más amplio. Ahora, una cosa es el estribillo, gancho comercial del tema, melódico y repetitivo y otra cosa la parte central a fuerza de comparaciones profundas e ingeniosas que exceden lo esperable para una canción de amor convencional y acaban convirtiéndola en un exponente de profundo lirismo donde además del sentimiento básico de desasosiego del sujeto nos asomamos a su ideología. Efectivamente, la selección de los referentes comparados: el tren, el taxi, el Lute, los polizones, el aeropuerto, los barcos… permite reconstruir una zona semántica relacionada con el viaje y la libertad. Y sin embargo, en este caso, por una vez la soledad no permite al sujeto vislumbrar un futuro de revancha vital, en el sentido sabiniano de seguir adelante.
En lo musical aparece la firma de Pancho Varona. De fondo hay una batería marcando derecho y en primer plano, la guitarra da un solo sentido, pulcro y sin distorsiones y las armonías (dada por los sintetizadores) ganan el ambiente al promediar el tema.

Pacto entre caballeros es el elefante blanco del disco, una pausa en el concepto de bestiario femenino que cohesiona la obra. Basada en hechos reales, lo cual no significa que cuente hechos reales, presenta la celebración del delito como gesto de resistencia. Si lo que está mal está bien, eso es porque lo que está supuestamente bien está mal. Por ese mismo motivo, cuando el personaje reflexiona sobre su buena suerte, no agradece a Dios, sino al diablo: un tiro por elevación al sistema y su hipócrita orden de cosas. El es bautismo de fuego del personaje Sabina en el mundo del delito: “Pero el bizco se dio cuenta/Y me dijo –Oye, colega/Te pareces al Sabina, ese que canta”. Sabina cruza diferentes espacios, el del ladrón y el del burgués acomodado, sin conflictos. Pero para poder ir y volver necesita no extraviarse, no avanzar demasiado en ningún aspecto. Por eso mismo el sujeto no participa del robo: “protegidos por la luna/Cogieron prestado un coche/me dejaron en mi queli y se borraron”. Hay un reconocimiento hacia ese viejo marginal, ya atemperado, lo cual es retribuído por una cuestión de códigos finalmente más sólidos que los del mundo de la legalidad.
“Se cortaron de meterse algo más fuerte” es un gesto de deferencia a quien es un advenedizo bienvenido en el mundo del delito. No participa de él pero es quien puede poetizarlo. Todo al ritmo de un rock potente, distorsionado y a mil, en un crescendo gradual desde la estrofa hasta el estribillo, en el mismo tono. Bueno.

Que se llama soledad es lo mejor del disco. Manifiesta un dominio estructural que preanuncia obras posteriores (podría formar parte de Física y Química y sin desentonar). A medias entre el autorretrato y la ficción, entre el vuelo lírico y la confesión cínica (con algún verso desafortunado como el del circo y los enanos), delata una melancolía producto del amor, única que se permite Sabina (a diferencia de Serrat, por ejemplo, cuya melancolía surge de todas las experiencias). Es de esos temas de digestión lenta (salvo el estribillo) pero de permanencia inalterable en el tiempo.

“Algunas veces doy con un gusano en la fruta del manzano prohibido del padre Adán”. Sabina declaró alguna vez que la canción estaba influenciada por Silvio Rodríguez y este tipo de imagen es propia del cubano, más cercano a un enfoque “oracular” en su poética, cuyos versos iluminan zonas de la realidad que otros discursos u otras artes u otras disciplinas son incapaces de hacer (enfoque que a Sabina, por entonces lo tenía más bien sin cuidado, ocupado como estaba en construir su imagen al filo de los excesos). Casi un retorno al tema de apertura, con una percusión más leve y el clarinete imprimiendo su sello sensual. El motivo melódico es más complejo y elaborado.

“O duermo y dejo la puerta/De mi habitación abierta/Por si acaso se te ocurre regresar” es una reinvención de la imagen tanguera: , como bien señala Luis Cardillo en Los Tangos de Sabina, aunque, hay que reconocer que la reacción de los sujetos en Sabina nunca es de rencor hacia la mujer, antes más bien, de admiración y reconocimiento.
Besos de Judas es una revisitación de Incompatibilidad de caracteres (“si le pido `quédate un poco màs´, se viste y se va”) en tanto presenta la misma figura de mujer difícil, aunque el abandono del clima vaudevillesco y la aceptación del dominio que la chica ejerce sobre el sujeto le dan un tono algo más quejumbroso: “Yo que siempre traté de aprender a barajar/Los naipes al estilo del triunfador/Ahora me veo jugando de farol/Mientras su manga esconde un as/Sale siempre a ganar”. El texto comenzó –según rezan los créditos- como una versión libre de Ta liberté, de Capdevielle, que luego derivó lejos del modelo. Es un rock and roll con resonancias densas de piano y el sintetizador subrayando fragmentos melódicos en el estribillo. Funciona como relleno.
El metro irregular sugiere que nació primero la música.

Oiga doctor plantea con buen humor el tema de la fama enfocado desde sus diversas consecuencias. Una burla a la concepción romántica del arte, donde el artista debe ser pobre y sufrido para ser genial: “Oiga, doctor/Devuélvame mi depresión/¿No ve que los amigos se apartan de mí?/Dicen que no se puede consentir/Esa sonrisa idiota/Oiga, doctor/Que no escribo una nota/Desde que soy feliz”. Al final, es directo: “La cumbre se me está clavando por momentos en el culo”. Hubiese quedado bien en Juez y Parte con sus alusiones biográficas. De no ser porque ya incluía su modelo previo e inmejorable: El joven aprendiz de pintor, del cual es continuación natural e histórica, ya que aquí el sujeto está definitivamente instalado en al creta de la ola. A su favor podemos decir que gana en humor, desafío y cinismo.
El “Ya no se me empina/Desde que usted me ordenó/Tener cuidado con la nicotina”, además de ser un guiño a Eh, Sabina, es una asunción de profesionalismo, además de éxito.
Arranca con voz y guitarra distorsionada mientras la banda anuncia su presencia con acordes cortantes, luego se lanza a las aguas del rock and roll con mucha distorsión, el piano en pleno disfrute y un obligado solo de saxo. Sabina dobla su propia voz.

“No quiso ser de nadie” resume el carácter de la heroína de Amores eternos, otro homenaje con cicatrices y más gotas de ácido sobre la rutina doméstica: “Antes que la carcoma de la vida cotidiana/Acabara durmiendo en nuestra cama/(…)Se fue de madrugada…”) Suena a bolero tropicalón con su guitarra arpegiada , la batería cruzada y los efectos de marimba, introduce un clima más acústico, aunque los instrumentos marcan duro, como insinuando un rencor que la letra no se puede permitir. El final es con yuxtaposición de voces. Una breve salida a algo diferente. El estribillo es apenas una variante del motivo principal, el tema se sostiene por su propio espíritu.
Mónica es de lo más flojito del disco, un mero borrador del futuro y genial Y si amanece por fin. Una vez más un par de versos resumen el mensaje básico: “¿No vez que ya empieza a amanecer?/Anda, quítate la ropa de una vez”. No hay lugares para tibiezas. En la obra de Sabina las mujeres entran a matar o morir. Aquí, evidentemente, funciona otro modelo de pareja. Es un rock and pop dominado por el órgano y Sabina doblándose a sí mismo.
Nota: Los versos “No me digas `tal vez`, `quizàs’, `puede que mañana`” recuerdan a la milonga La fulana (“Que hoy no puedo, que quién sabe, qué esta noche, que mañana/La cuestión que la fulana/Me dio el dulce y lo mordí”) inmortalizada por Jorge Vidal.

Cuernos, con su ritmo ligero de cabaret y su desdramatización de la infidelidad, además de ser una buena humorada y un excelente consejo, tiene guiños clasistas (sí a la mujer del ejecutivo o del clase alta; no a la del obrero) que refuerzan la parte más “socialista” de Sabina, algo devaluada en medio de tanto habitación con champán y cuarto lujoso. Más que como vendida involuntaria producto de la fama y el éxito, la imagen global final es la de incursión en territorio del enemigo. Cuestión de carisma. Sabina genera reconocimiento del oyente masculino, generalmente tercero excluído. A igual que en Serrat, el lenguaje musical elegido para lo burlón es el vaudeville: trombón, trompeta con sordina, clarinete, coros de chicas y percusión. De lo mejor del álbum.

Casi una continuación temática de la pista anterior, llega el cierre con Hotel, dulce hotel, el tema que da título al álbum que alberga cada una de las desprejuiciadas canciones. El estribillo martilleante suena a sentencia irrevocable: “Hotel, dulce hotel-Hogar, triste hogar”. Si Sabina nos quiere convencer de los perjuicios de la convivencia (para el amor) y del amanecer (para el sexo), el tema aparece como la función conclusiva de dicho argumento, ya que insiste reunido esos conceptos dispersos a lo largo de todo el disco: “Ponte el liguero que por Reyes te regalé/Ven a la cama, nos persigue el amanecer” o “La llama que me quema cada vez que te veo/Me dice que es absurdo programar el deseo/Al cabo de unos años estaríamos los dos/Adultos y aburridos frente al televisor”.
Musicalmente parece ser el tema destinado a indagar lo sonoro, en especial se nota en la introducción. El álbum arranca lamentando la soledad y termina celebrando la infidelidad. La ley de la compensación no simétrica.

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