viernes, 29 de junio de 2012

MUERTE Y RELIGIÓN.



a) La otra.
En Inventario (1978) la muerte aparece asociada al otro y al pasado: es atributo de la generación de los padres (“El padre que murió cuando eras niña” o “Un señor muy serio moría de un disgusto…”).
La muerte política, generada en la lucha contra el sistema, bien puede ser una más romántica y deseable pero igualmente es externa, mediática (Bolivia, México Viet Nam), localizada en el pasado.
Luego de Inventario la muerte deja de ser la del revolucionario. Uno podría llegar a la conclusión errónea de que Sabina se ha “desideologizado”, pero lo que ha hecho es variar el enfoque: en su lugar se instala la muerte como consecuencia inherente a la alienación generada por el sistema “Chorizo y delincuente habitual/Contra la propiedad/De los que no te dejan elegir” (Que demasiao!; 1980). El Jaro, la chica de Princesa o el Ciudadano Cero son los principales exponentes de uno u otro lado del gatillo.
Mentiras Piadosas (1990) retoma el tema de la muerte mediática pero simultáneamente, y por primera vez, de alguien cercano: “Hoy dice el periódico/Que ha muerto una mujer que conocí”. Este primer verso del álbum encontrará su reformulación en la historia de desapariciones de Con la frente marchita (1990): "Y al llegar a la Plaza de Mayo de me dio por llorar/Y me puse a gritar ¿Dónde estás?". La muerte del otro -lejano o cercano- funciona como embrague que reordena el discurso de cara al futuro, que avanza inexorable hacia la percepción o estilización de la propia muerte. Esta aparece por primera vez en Pongamos que hablo de Madrid (1980), pero aún como una posibilidad muy lejana ("cuando la muerte venga a visitarme…"). A partir de Ruleta Rusa (1984) la muerte será un objeto percibido -ya desde el título- desde el mirador de los excesos la muerte “Morrison” del rock.
Recién en 1994 con Yo, Mi, Me, Conmigo la muerte se presenta como una eventualidad propia de la edad, aunque se la trate con desaire, como en Tan joven y tan viejo: “Así que de momento/Nada de Adiós Muchachos/Me duermo en los entierros/De mi generación”. A mis cuarenta y diez, de 19 Días Y 500 Noches (1999), es la continuación natural. La mirada sigue siendo cínica y despectiva. La enorme diferencia es que ya no se trata de una mirada al pasar sino que se constituye en tema central.


Las alusiones ya no provienen de una conciencia joven como la del sujeto de Pasándolo bien (1980), sino de alguien más maduro, más viejo, que sin embargo, no reorienta su proa hacia el puerto seguro de la religión. En realidad ésta es blanco de ataque recurrente del discurso “desfachatado” de Sabina: “La fuerza de la gravedad/del cielo nos exiliará” (Locos de atar; 1987). Esta negación de lo divino es sólo uno de los muchos dardos que va arrojando despreocupadamente a lo largo de su obra y que no ha sufrido mayores matizaciones. Dios simboliza el poder y la represión en el plano divino así como Franco lo hace en el plano terrenal. Sabina se identifica con todo lo que implique una resistencia: Satán, Adán y Eva, la izquierda. No hay una confusión entre el bien y el mal. Se trata de invertir (eventualmente) esos símbolos para dejar al desnudo la hipocresía del poder. Esta veta contrarreligiosa convive con otra en la cual las creencias son respetadas como parte del imaginario popular, en el cual “ir al cielo” es tan positivo como “ir al infierno” no. Lo “católico-religioso” es inherente a la cultura española. A partir de esta realidad se lo puede considerar entre comillas, entre paréntesis o establecer un diálogo paródico (como Almodóvar) pero ignorarlo, para un artista español sería pecar de hipócrita o corto de vista. El discurso de Sabina es justamente auténtico porque está poblado de esas referencias, aún cuando sea archi-conciente de sus implicaciones políticas: las chicas malas dan “besos de Judas”, se pueden cumplir mas años que Matusalén, se pide a la virgen que no permita ciertas cosas...¿Cómo representar el entrañable México de Chabela y Diego Rivera sin el componente religioso de “los devotos de San Antonio poniendo velas”? Sabina suspende el juicio crítico en aras de la fidelidad referencial, allí donde la ficción hunde una de sus patas. Dentro del homenaje al hombre común, se aceptan sus debilidades, sus muletas, sus mentiras que valen la pena: “Tenemos horóscopos, biblias, coranes...” (Más de cien mentiras; 1994).

También, por supuesto, una utilización enciclopédica, que permite establecer relaciones analógicas, fácilmente comprensibles para un gran público. (El detestado vecino de arriba “va a misa el domingo y fiestas de guardar”.)

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